La historia de Javier y Miguel

Letras Desnudas por Mario Caballero

Hoy quiero contarles la historia de Javier y Miguel, dos amigos míos a los que, por las
razones que ustedes mismos comprenderán más adelante, les cambié el nombre.
Los conocí en la universidad y a ambos les guardé mucho aprecio desde entonces.
Ninguno de ellos estuvo en mi grupo y sólo Miguel cursó la misma carrera que yo. Quizá
por falta de motivaciones personales y especialmente por convertirse en padre de familia
apenas recién nos graduamos, se dedicó a otra cosa, la herrería, oficio que aprendió de
su padre.
Javier, por otro lado, ejerció su profesión con entusiasmo. Era ingeniero civil y fue el
primer miembro de su familia, tanto del lado paterno como el materno, en obtener un título
profesional. Los demás o habían truncado la carrera o simplemente se quedaron con su
certificado de preparatoria. De tal modo, sus padres, tíos y abuelos esperaban mucho de
él y él no quiso defraudarlos.
Era un buen ingeniero. Se graduó con una calificación de 9.4. Lo cual, supongo, ayudó
mucho para que rápido encontrara trabajo. Si no recuerdo mal su primer empleo fue en
una constructora, donde al poco tiempo alcanzó el puesto de supervisor de obra. Y si
recuerdo bien, esa empresa era bastante grande en el estado, con buenos contratos con
el gobierno y Javier se la pasaba de un municipio a otro supervisando la construcción de
puentes, tramos carreteros, apertura de caminos, etcétera. En fin, ganaba más de lo que
necesitaba.
Lo que se me escapó de la memoria fue el motivo por el cual se separó de esa empresa.
Pero con los ahorros que tenía se asoció con dos arquitectos que se dedicaban a
construir residencias al gusto de personas con dinero, principalmente funcionarios
públicos y políticos gargantudos.
Cierto día me llamó para ir por unas copas. Acepté gustoso.
Diré que a pesar de su crecimiento económico, su camioneta del año, su ropa de marca y
loción fina, Javier seguía siendo el mismo hombre sencillo y humilde que conocí en
nuestros tiempos de estudiantes universitarios. Para eso, ya habían pasado por lo menos
siete años de habernos graduado.
Después de verle el fondo a la primera botella de whisky y varias horas de buena charla,
Javier me contó que estaba buscando un herrero para una casa estilo colonial que estaba
construyendo en San Cristóbal de las Casas. Pero quería a alguien de confianza, puesto
que esta persona tendría que quedarse a vivir prácticamente en la construcción para
avanzar con el trabajo y así cumplir con los tiempos determinados para la entrega de la
vivienda.
Fue entonces que le presenté a Miguel, quien desde entonces comenzó a trabajar con
Javier de manera constante. Y mientras uno iba creciendo con su empresa, el otro lo
hacía con su taller. Lo cual me llenaba de satisfacción.
Bueno, lo siguiente lo diré con algo de envidia. Con Javier y Miguel siempre gocé de una
bonita amistad, pero jamás como la que ellos tuvieron.
La relación entre ellos fue al principio de patrón-empleado. Luego, Javier pasó a contratar
los servicios de Miguel, que para ese entonces su taller estaba más tecnificado, con
mejores herramientas y con suficiente personal para sacar adelante cualquier proyecto.
Había algunos meses en el año en que no trabajan juntos, pero se veían por lo menos
una vez por semana, siempre para ir al bar. El día preferido, el lunes. Para Javier, una
buena borrachera era la mejor forma de empezar la semana. Costumbre que siguió desde
que estudiaba la carrera de ingeniería.

Javier y Miguel se hicieron grandes amigos. Se contaban todo, se confesaban secretos
personales, compartían el gusto por la cerveza en cantidades ingentes, hacían comilonas
en sus domicilios y en un par de ocasiones viajaron en familia a Huatulco.
LAS COSAS CAMBIARON
Así fue durante varios años… hasta que hubo un problema enorme.
Pasaron de una a dos y hasta tres veces por semana las salidas a beber. Hubo muchas
ocasiones en que salieron un lunes al mediodía y volvieron hasta el jueves, todavía
borrachos.
Esta situación les trajo problemas en sus negocios. A Javier le cortaron la sociedad y, tras
un intento fallido de dirigir su propio negocio, quedó sumamente endeudado. Perdió su
casa y tuvo que vender sus preciados automóviles para ir subsistiendo. Se divorció y no
obtuvo la custodia de su hija, de tan sólo nueve años en ese entonces.
El caso de Miguel no fue menos grave. Salvó por los pelos su matrimonio, pero su
floreciente taller se vino abajo. Los empleados se robaron buena parte de sus
herramientas y equipo y se llevaron hasta a sus clientes.
Para ambos la buena vida se acabó, para darle paso a la incertidumbre.
¿Y QUÉ PASÓ?
A los dos los dejé de ver desde hace más o menos seis años. Hasta un par de meses
atrás que de casualidad me encontré con Miguel. Yo estaba esperando el “siga” del
semáforo de la 5ª Norte y 2ª. Oriente y él iba caminando sobre la acera con una pequeña
bolsa negra con dos kilos de soldadura.
Le invité unos tacos y ahí me contó todo lo que he narrado antes. Salvo tres cosas.
La primera, él buscó ayuda. Segunda, Javier siguió con su mismo estilo de vida, y
ahogado por las deudas se fue a Puebla en enero de 2022 a ocupar un empleo que le
habían ofrecido. Tercera, el 13 de noviembre de 2023, Javier dio un salto para salir por la
puerta falsa. Los vecinos del condominio donde vivía declararon haberlo visto llegar a su
departamento alrededor de las dos de la madrugada, completamente borracho.
LA DIFERENCIA
He contado la historia de mis dos amigos porque me hizo reflexionar sobre el impacto que
puede llegar a tener en la vida de las personas la ayuda que ofrece gratuita y
desinteresadamente el grupo Alcohólicos Anónimos.
La ayuda que buscó Miguel fue ahí, con los llamados “Doble A”.
“La decisión de dejar de beber es tuya, pero si la tomas nosotros te ayudaremos a superar
el alcoholismo un día a la vez. Así me dijeron, y tomé la decisión. Y qué bueno que lo
hice, gracias a Dios. Porque si no, quizá yo hubiera hecho lo mismo que Javier”, me
contó.
Siempre he guardado mis reservas sobre AA. Pero no es la primera vez que conozco un
caso de alguien que recuperó su vida y su familia gracias a este grupo de ayuda. Entre
ellos, amigos, compañeros de trabajo, viejos compañeros de escuela y familiares.
Hasta donde conozco, a los grupos doble A se llega a hablar del problema que todos los
ahí reunidos tienen en común y son escuchados mutuamente. A simple vista, parece algo
insustancial, pero hay indicadores de que en el 33% de los estudios, AA fue mejor que
otros tratamientos de adicciones. Por si fuera poco, su programa de recuperación ha
ayudado a más de 2 millones de personas en el mundo.
Espero que esta historia sirva de ayuda para alguien y, si así lo desea y necesita, se
acerque a los Doble A. No lo digo por hacerles publicidad, pero si tiene casi 90 años de
existencia es que sí funciona.
Ya lo dijo Thomas Alva Edison cuando le preguntaron acerca sobre la bombilla eléctrica,
“no sé lo que es, peo si te sirve a ti, úsala”.


yomariocaballero@gmail.com

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