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Pomposamente, el diputado federal por Chiapas, Joaquín Zebadúa Alva, se dice
“satisfecho” por el apoyo brindado por el gobierno federal en las zonas afectadas
por las lluvias recientes. El legislador, que llegó a la Cámara de Diputados
montado en la ola de simpatía que en su momento generó Andrés Manuel López
Obrador, aprovecha cada espacio de sus redes sociales para presumir el trabajo
de la llamada Cuarta Transformación.
Dice que, en su “corta memoria”, no recuerda un desastre natural que haya sido
atendido como el de estos días. Asegura que son “miles” los efectivos
—seguramente militares y elementos de la Marina— los que se han movilizado
hacia las zonas de desastre en Veracruz, Puebla e Hidalgo, donde las lluvias
golpearon con fuerza. Se vanagloria también de que cientos de trabajadores de la
Comisión Federal de Electricidad realizan “esfuerzos sobrehumanos” para
restablecer el suministro eléctrico en comunidades devastadas, y que decenas de
máquinas trabajan sin descanso para abrir caminos dañados por deslaves y
desgajamientos de cerros.
Con sus declaraciones, Zebadúa intenta proyectar una imagen de eficiencia y
sensibilidad gubernamental. Quiere, con evidente lambisconería, quedar bien con
la presidenta de México, a quien califica como “sensible ante la desgracia”. Y
remata con una frase de manual: que hay “toda la seguridad de que las personas
afectadas van a estar bien”.
Sin embargo, su discurso está lleno de lugares comunes y carente de autocrítica.
Para un diputado que busca hacerse notar en su zona de influencia —donde ganó
las elecciones de 2024 más por la marca que por mérito propio—, la eficacia
gubernamental parece absoluta. Pero la realidad es otra: lo menos que se espera
de cualquier administración pública es que actúe con rapidez y eficacia ante una
emergencia, no que convierta esa obligación en un acto heroico digno de aplauso.
¿Por qué hacer fiesta de hechos que son, simple y llanamente, deber del Estado?
Ni el Ejército ni la CFE ni las dependencias de Protección Civil están “haciendo
favores”. Están cumpliendo —en muchos casos con retrasos evidentes— con su
responsabilidad institucional. Llegar tres días después de la tragedia no es motivo
de celebración.
Zebadúa se pone el saco y habla como si su gestión hubiera sido determinante,
cuando en realidad no se le ve más allá de los actos oficiales, donde aprovecha
para tomarse la foto, subirse al estrado y cumplir con el requisito de “visitar” su
distrito. Su presencia suele reducirse a lo protocolario: bajarse de la camioneta
Suburban, sonreír ante las cámaras y desaparecer cuando se apagan los
reflectores.
En Chiapas, la ciudadanía sigue esperando acciones concretas de sus
representantes. Alabar al presidente o al gobernador es una tarea que “hasta mi
abuelita”, dirían en el pueblo, puede hacer. Lo difícil es gestionar recursos,
impulsar proyectos, supervisar obras, rendir cuentas y estar cerca de la gente
cuando más lo necesita. De eso, poco o nada se sabe en el caso de Zebadúa Alva
y compañía.
Este tipo de declaraciones no son inocuas. Forman parte de una estrategia
repetida en la política mexicana: convertir las obligaciones en propaganda. Se
magnifica la respuesta gubernamental, se le da un tono épico a lo que debería ser
normal, y se utiliza la desgracia para proyectar una imagen de eficacia que no
siempre corresponde con los hechos.
En lugar de sumarse a la autocomplacencia, los legisladores deberían ejercer su
papel de contrapeso, fiscalizar los recursos, exigir mejores tiempos de respuesta y
verificar que la ayuda llegue a quienes realmente la necesitan. Pero eso implica
trabajo de campo, seguimiento y compromiso; tareas que no se resuelven con un
tuit o una selfie.
Ojalá que algún día los representantes populares de Chiapas muestren un poco
de humildad y entiendan que su papel no es adornar las redes sociales, sino
servir. Mientras tanto, la realidad nos demuestra que, en muchos casos, tenemos
políticos buenos para posar, pero inútiles para actuar.
O acaso se le ha escuchado decir al legislador de a “peso” que la desaparición
que el expresidente Andrés Manuel López Obrador hizo del Fonden fue de lo peor
y de lo que los damnificados en el país adolecen por falta de sensibilidad política,
echándole la culpa a presuntos actos de corrupción.
Tampoco se le oye decir que el director del Fonden en los tiempos de Enrique
Peña Nieto, y a quien le señalaron actos de corrupción, José María Tapia, fue
recogido por Morena y hoy casi próximo candidato al gobierno de Querétaro.
Lo mejor sería quedarse callado, ponerse a trabajar y no andar perdiendo el
tiempo en las redes sociales, donde ni su familia les da links a sus publicaciones.