Teuchitlán, ¡Basta ya!

Estrictamente Personal Por Raymundo Riva Palacio

Para una sociedad que ha normalizado las ejecuciones, los decapitados y los
descuartizados, el horror provocado por el hallazgo de un centro de entrenamiento
del Cártel Jalisco Nueva Generación en un rancho en Teuchitlán, que además
tenía tres hornos crematorios, es un atisbo de esperanza. Es paradójico, pero
finalmente tuvo que aparecer un campo de exterminio donde asesinaron a quién
sabe cuántas personas durante quién sabe cuánto tiempo, para que escandalizara
a la nación. Hay que agradecerlo a dos colectivos, las Madres Buscadoras de
Jalisco y Guerreros Buscadores de Jalisco, que siguieron las denuncias que
recibieron y dieron a conocer lo que el gobierno estatal y el federal, habían
ocultado. ¿Por qué callaron tanto tiempo?
A esta instalación de la máquina criminal más violenta de México había llegado la
Fiscalía de Jalisco el 26 de septiembre del año pasado para rescatar a varios
detenidos. No se sabe cómo fueron dirigidos al rancho “Izaguirre”, pero liberaron a
varios de ellos y otros, que se hicieron pasar como víctimas, pero eran victimarios,
fueron detenidos. La Fiscalía la encabezaba Luis Joaquín Méndez, y uno de sus
dos segundos era Salvador González de los Santos, actual titular. En ese
entonces la Fiscalía minimizó todo y dejó que desapareciera de los medios. El
entonces gobernador Enrique Alfaro, tampoco hizo nada.
Alfaro siempre fue reacio a aceptar que había desapariciones, cuando en su
gobierno fueron privadas de su libertad ocho personas que trabajaban en un call
center en Zapopan que poco después aparecieron muertas en 2023. El primer
caso de desaparición de alto impacto, sin embargo, había sido en 2018, en el
último año de gobierno de Aristóteles Sandoval -asesinado dos años después en
Puerto Vallarta, una plaza totalmente controlada por el CJNG-, cuando tres
jóvenes estudiantes de cine fueron levantados por equivocación por los criminales.
Los cuerpos de los jóvenes aparecieron en Tonalá, disueltos en bidones con
ácido. En aquél entonces Sandoval confió al periodista Augusto Chacón que
el cocinero del cártel ganaba tres mil 600 pesos a la semana.
El problema de las desapariciones en Jalisco estalló, tras años de silencio, por
complicidad o miedo. Chacón recordó que la primera vez que escuchó de ellas fue
en 2010, en Tala, a 10 minutos de Teuchitlán, donde habían sido privadas de su
libertad ocho personas. Al año siguiente escuchó de más. Desde entonces, dijo,
esa zona “estaba llena de halcones”. Ese municipio desnudó la realidad en febrero
de 2019, cuando Alejandra Guillén y Diego Peterson publicaron un extenso
reportaje en El Informador donde un sobreviviente de ese campo, similar en todos
los sentidos al de Teuchitlán, les contó lo que había visto y experimentado ahí.
Los hornos crematorios que provocaron el horror en Teuchitlán no son mecánicos,
como los instrumentos de exterminio nazis, sino artesanales, con tepetate y piedra
entre las cuales se prende fuego. Son como los que se encontraron años antes en
Tlajomulco y Lagos de Morena, en Jalisco. No es algo único, sino que, como
describió Chacón, “es un sistema del crimen organizado”.

Teuchitlán es un manotazo sobre la mesa contra las autoridades federales y de
Jalisco. Alfaro, rebasado por el crimen organizado, pero con aspiraciones
presidenciales, no hizo nada. En la última parte de su gobierno vivía aterrado y
pasaba buen tiempo al mes en Los Ángeles. La noche que entregó el gobierno
tomó el avión a Madrid, donde meses antes ya había enviado a su familia. El
gobierno de Andrés Manuel López Obrador también fue omiso.
López Obrador tenía la información que los líderes del CJNG vivían alrededor del
Lago de Chapala, pero no autorizó su captura. En un momento le dijo al Ejército
que solo hicieran patente que lo tenían vigilado. Sabían él y el gobernador que su
zona de influencia, que utilizaban como tiradero de cadáveres, estaba en
Zapotlanejo, que es parte de la zona metropolitana de Guadalajara, Ixhuatlán del
Rio, al norte de la capital, y Tepatitlán, rumbo a Lagos de Moreno.
Durante el gobierno las autoridades encontraron comunes denominadores en las
desapariciones. Había números considerables de personas que trabajaban en
los call center, a través de los cuales el CJNG estafó a miles de estadounidenses
que querían comprar propiedades en Puerto Vallarta, y otros que habían pasado
por las empresas de seguridad en el estado, que tienen permiso para portación de
armas, donde un número importante de ellas, según información que circuló en el
gobierno obradorista, servían como centro de reclutamiento para futuros sicarios
de la organización criminal.
Ayer en la mañanera, el fiscal general Alejandro Gertz Manero informó que abriría
“toda una línea de investigación” sobre la historia de Teuchitlán. “No es posible
que una situación de esa naturaleza no haya sido conocida por las autoridades
locales de ese municipio y del estado”, agregó. Gertz Manero habló bonito y duro,
pero inconsistente. Las autoridades municipales y estatales sí supieron del caso,
como se probó con el rescate de varias personas secuestradas en el rancho
“Izaguirre” hace medio año. Pero también hay una responsabilidad de él, porque la
Fiscalía General, que debe seguir por oficio las desapariciones, fue omisa.
Los colectivos de buscadores se acercaron muchas veces a la Fiscalía General
para buscar respaldo de la titular de la Fiscalía Especializada en Materia de
Derechos Humanos, Sara Irene Herrerías, que poco hizo por ellas; ahora aspira a
ser parte del nuevo Poder Judicial. Tampoco hizo mucho Germán Castillo, cuya
Fiscalía Especializada de Control Regional, tenía jurisdicción sobre este delito, ni
Alfredo Higuera, titular de la Fiscalía Especializada en Materia de Delincuencia
Organizada. La historia de Teuchitlán también atraviesa por el palacio de cristal de
Gertz Manero. No son los únicos. El expresidente López Obrador despidió a Karla
Quintanilla, comisionada nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas,
porque se negó a modificar la metodología para disminuir el número de ellas.
Teuchitlán y el horror que despertó e indignó es una oportunidad para Sheinbaum.
La sociedad pareciera gritar un “basta ya” ante las monstruosidades que apenas
se empiezan a asomar en ese rancho, que no es uno de muchos similares que
hay en el país, producto de lustros de abandono e indiferencia que deben parar.
rrivapalacio2024@gmail.com

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