Puntos Fiscales

México país de búsquedas

Por: José Luis León Robles                                                

dj_drdead@hotmail.com

En México, cada amanecer inicia con un silencio que duele. Un silencio que pesa más que la inseguridad misma: el de las más de cien mil personas desaparecidas cuyo rastro se ha perdido en un país que parece haberse acostumbrado a buscar en la tierra lo que debería encontrarse en la vida cotidiana. No es sólo una cifra, es una herida nacional que se ensancha sin pedir permiso. Mientras las autoridades discuten competencias, presupuestos y responsabilidades, son las madres, hermanas, hijas las llamadas madres buscadoras quienes hacen aquello que correspondería al Estado: rastrear fosas, abrir la tierra con sus propias manos, caminar bajo el sol con una pala al hombro, esperando encontrar un hueso, una prenda, una certeza, o al menos, una verdad. Es irónico: México presume modernidad, infraestructura, turismo; pero no ha logrado lo esencial para una nación: garantizar que su gente no desaparezca sin dejar rastro. Las familias que buscan no sólo lidian con la tragedia íntima, sino con la indiferencia institucional, la burocracia y, en ocasiones, la violencia de quienes prefieren que no se encuentre nada. Lo más devastador es que la desaparición en México ya no es un fenómeno excepcional; es un miedo cotidiano, un riesgo latente. En algunos estados, los colectivos de búsqueda superan en organización, eficacia y humanidad a las propias dependencias públicas. ¿En qué momento normalizamos que la justicia dependa del trabajo voluntario de quienes están desgarrados por el dolor? Las familias no solo enfrentan el dolor ya insoportable por sí mismo sino también la revictimización: que les digan que “seguro se fue por voluntad propia”, que esperen 72 horas, que su carpeta “no aparece”, que el peritaje “salió perdido”, que el equipo de búsqueda “no tiene gasolina”, que “mejor no busquen por su cuenta”, y que ninguna autoridad pueda explicar por qué la impunidad es la única constante. Es difícil encontrar otro país donde la ausencia se haya vuelto rutina administrativa. La desaparición no discrimina. Ataca a jóvenes, mujeres, trabajadores, estudiantes, migrantes, choferes, profesionistas, personas en tránsito, personas al azar. Es un fenómeno que se ha vuelto transversal, cotidiano, casi democrático en su violencia. Y eso es lo que convierte al país en un territorio de búsqueda permanente: nadie puede decir con certeza que está a salvo. El miedo se volvió compañera de ruta, y la prevención, una forma de existir. Frente a tanta ausencia, la sociedad ha encontrado un antídoto: la memoria. Las calles se llenan de rostros impresos en carteles que ya no son carteles, sino gritos. Son un muro constante que nos dice: “No te acostumbres. No me olvides. No me borres”. Las marchas por los desaparecidos no llenan estadios, pero llenan conciencias. Son silenciosas, pero resuenan más que cualquier discurso político. Las fotos de los que faltan se vuelven familia de todos. Y en cada marcha, en cada colectivo, en cada búsqueda, hay una lección profunda: la lucha no es solo individual, es nacional. Espero que este tema sea a modo reflexivo, y como sociedad tratar de ser mas empáticos los unos con los otros, sin lugar a duda esto seguro que más del algunos les removerá las fibras más sensibles que tenemos y los que nos hace humanos. Si el creador nos lo permite, nos estaremos leyendo la siguiente semana en esta su columna.

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