La otra cultura y la normalización de la violencia
Por: José Luis León Robles
México vive una paradoja inquietante: mientras las cifras de violencia y desapariciones siguen creciendo, la figura del narcotraficante ha sido absorbida por la cultura popular como un modelo de éxito y prestigio. El narco ya no es solo un fenómeno delictivo, sino un símbolo social: aparece en las letras de moda, en las series más vistas, en los filtros de TikTok y hasta en el lenguaje cotidiano. La violencia, que antes provocaba rechazo, se ha transformado en una forma de identidad colectiva y, en algunos sectores, en una estética aspiracional. La relación entre el crimen y la cultura mexicana no es nueva. Los corridos tradicionales del siglo XIX narraban las hazañas de bandidos y rebeldes, como Heraclio Bernal o Jesús Malverde, figuras que desafiaban la autoridad y representaban justicia social desde los márgenes. Con el auge del narcotráfico en los años ochenta y noventa, estos relatos evolucionaron hacia los narcocorridos, donde el héroe popular se transformó en capo poderoso, rodeado de armas, dinero y mujeres. En el siglo XXI, la estética narco se globalizó. Series como El Señor de los Cielos, Narcos: México o La Reina del Sur convirtieron a los criminales en protagonistas carismáticos, con códigos de honor y una vida lujosa. En paralelo, el surgimiento de artistas como Peso Pluma, Natanael Cano, Junior H o Fuerza Regida dio voz a una nueva generación que transformó la tragedia en ritmo. Los corridos tumbados ya no cuentan persecuciones ni muertes, sino fiestas, relojes y camionetas: la violencia se hizo estilo. Las plataformas digitales han amplificado este fenómeno como nunca antes. En TikTok, Instagram y YouTube circulan miles de videos que muestran autos blindados, fajos de billetes, joyas y rifles bañados en oro. El contenido suele presentarse de manera humorística o aspiracional, acompañado de canciones de moda. El resultado es una especie de marketing del delito, donde la figura del narco se asocia con juventud, rebeldía y poder. El algoritmo no discrimina entre realidad y ficción: lo que obtiene atención, se vuelve tendencia. Así, la violencia deja de ser un problema social y se convierte en un producto cultural rentable. Para entender por qué tantos jóvenes se sienten atraídos por esta estética, es necesario mirar más allá del entretenimiento. México es un país donde más del 45% de los jóvenes trabajan en la informalidad, y millones no tienen acceso a educación superior o empleos dignos. Ante la ausencia del Estado, el crimen ofrece identidad, dinero y reconocimiento. En barrios y comunidades donde la autoridad no llega, el narco sí lo hace: financia fiestas, paga escuelas, protege familias y da empleo. En este contexto, la figura del capo deja de ser un villano para convertirse en modelo de éxito alternativo. La frase “más vale vivir cinco años como rey que cincuenta como buey” repetida en corridos y redes resume el pensamiento de una generación que no espera justicia, sino visibilidad. Hoy más que nunca México necesita héroes nuevos: maestros, científicos, campesinos, artistas y activistas que ocupen el lugar simbólico. Espero contar con su atención la siguiente semana, en esta su columna denominada puntos fiscales.




