Mujeres migrantes y la pérdida de dignidad: La lucha incansable de Olga Sánchez

• En medio de las políticas antiinmigrantes de Donald Trump, que ha generado una crisis humanitaria en la frontera sur de México, la activista y propietaria del albergue Jesús el Buen Pastor señala que los flagelos contra las mujeres en contexto de movilidad aumentan

José Cancino

Si Olga Sánchez regresara a 1992, jamás imaginaría los alcances que su labor como activista tendría. Han pasado más de 30 años desde que la mujer nativa del sur de Chiapas creó un albergue para ayudar a migrantes en contexto de movilidad y, sobre todo, que hayan sido “devorados” por la Bestia.
En la década de los 90, el flujo de personas provenientes principalmente del Triángulo del Norte centroamericano (Guatemala, Honduras y El Salvador) se daba sin cesar. Al llegar a México, en el municipio de Tapachula, los extranjeros optaban por ascender al tren y así poder avanzar sin tanto desgaste físico hacia otras Entidades del país, hasta conectar con el centro y norte.
Sin embargo, para varios de los viajeros el precio a pagar era muy alto. Decenas de ellos caían de los vagones o en su intento por treparlo quedaban entre las vías, cercenados de alguna o varias extremidades. De allí que al tren se le acuñó el término de la Bestia, por su letalidad con que cortaba las esperanzas de los migrantes.
Para 1994, el albergue Jesús el Buen Pastor dejó de ser un proyecto a corto plazo y se convirtió en un refugio para esas personas que tenían que tocar a la puerta con muletas, “gateando” o apoyados por más personas ante la falta de una pierna, un brazo o varias extremidades a la vez.
Olga Sánchez se convirtió en una protectora de los desprotegidos, de los que ya no tenían pies para andar en la dura ruta migrante repleta de flagelos. A lo largo de estas tres décadas, el albergue dejó de ser especialista en atender a los mutilados, porque en 2004 el huracán Stan colapsó las vías del ferrocarril.
Ahora, este asilo para migrantes recibe a personas de todo el mundo, en condiciones distintas.
“Mi inicio fue bastante difícil, yo sólo pensé en ayudar temporalmente, pero me di cuenta que era una frontera y no paraba el flujo. Me fui sumergiendo en esa necesidad de los migrantes, me fue envolviendo tanto el dolor de cómo era su paso aquí en la frontera sur y me fui casi enamorando por ayudar y servir, eso hasta hoy me tiene muy conmovida”, dijo a El Heraldo de México la activista.
Para Sánchez Martínez, la llegada de Donald Trump sólo ha complicado más la situación de los migrantes. Peor aún, pone en un escenario donde mujeres y niños salen de sus países por vivir una pesadilla y llegan a otra, de la cual no se puede despertar porque es la realidad.

Mujeres migrantes pierden la dignidad en el camino

Para Olga Sánchez, la mujer siempre por naturaleza se reconoce débil en cuanto a estafo físico se refiere. Venir en un camino tan difícil, lleno de tantos riesgos, esa debilidad carcome más al estar completamente vulnerable a los flagelos en la ruta migrante.
“La mujer es la que más riesgo corre, sobre todo de violaciones, la dignidad de la mujer se acaba en el camino y eso es lo que duele. A veces tienen que pagar con su cuerpo, yo las he escuchado. Viajan con tanta dificultad para venir a encontrarse con criminales que las violan, utilizan, ultrajan y amenazan”, sentencia.
A esto se suma una injusticia más: muchas de las extranjeras que llegan a México caen en redes de prostitución que socava aún más su dignidad. Se trata entonces de un monstruo invisible que sólo algunos ven.
“¿Y cómo defenderse de eso, quién metería las manos por alguien que está en una situación así? No les queda más opción que entregar su cuerpo, porque si no lo hacen las matan a ellas o a sus hijos, están en un país desconocido y eso aumenta más la incertidumbre”, sostiene Olga Sánchez, que añade estos casos se cuentan por decenas en la frontera sur.
Los países, a decir de la activista, deben dejar de hacer tanta política mediática y trabajar en su tejido social, para evitar que mujeres, niñas, niños y hombres tengan que salir de sus hogares y buscar nuevas oportunidades en tierras desconocidas.

El pan, la sal y el derecho a vivir

La mayor preocupación para la propietaria de Jesús el Buen Pastor no radica en las decisiones que Estados Unidos tome. Va más allá de eso: camas buenas, comida a diario y el derecho de igualdad de los migrantes.
“Todos los días pienso en que tengan agua, que los drenajes estén bien, que haya dormitorios limpios y camas buenas. Mi sueño de toda la vida ha sido tener un albergue de cinco estrellas; me ha costa mucho aceptar vivir en una pobreza junto a ellos”, afirma.
Y la esencia del albergue y de Olga va de eso. En 2009, el Dalái Lama escuchó de ella y se reunieron para estrechar manos y darle un reconocimiento a la mujer que ha luchado incesantemente por los migrantes.
“Eres una gran héroe de la paz, porque no todos ayudan a los migrantes, eso dijo con pocas palabras porque quiso hablar español, pero hablaba poco”, narra.
Para Olga Sánchez, la labor de ayudar a los migrantes seguirá hasta que ella tenga vida. No importa si está Trump u otro presidente, la misión es la misma y no cambia: ayudar a los que huyeron de sus países.

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