Cuando vez el sufrimiento de millones de mexicanos que se soban el lomo para
traer unos pesos a sus familias, muy pocos se ponen en los zapatos de los más
desvalidos que sufren y hasta lloran su suerte de “perro”.
Y no se habla de los miles de burócratas que, beneficiados por el sistema político
capitalista, gozan en su medianía de los privilegios que les da estar en la nómina
gubernamental. Cierto es que su función laboral no les exige en muchas
ocasiones más que el preocuparse llegar a las 8 de la mañana, checar el reloj a
tiempo y esperar a que dé la hora de la salida.
Si hablamos de productividad es otro rollo, ese es otro cantar y es acá donde falla
la política de contratación de las instituciones oficiales que aceptan a miles de
empleados basados en una recomendación, más no tienen el perfil para
desempeñar las funciones en una dependencia gubernamental.
Esto pasa a lo largo y ancho de la República mexicana. Hay jefes de
departamento, blindados por los sindicatos, que por sacar copias a la quincena
cobran sueldos envidiables. En el mayor sindicato de América Latina, el de los
maestros, este fenómeno se da en todos los niveles.
Tal pareciera que “estudiar” una carrera relacionada con la educación es el
requisito de moda para buscar trabajo dentro del gobierno, en una escuela o en
una oficina. Lo vemos con los maestros que año con año egresan con la ilusión de
obtener una plaza docente, administrativa o ya de perdida, de limpieza.
Estos trabajos, aseguran quienes ostentan las plazas, son desgastantes porque
hay que tener hígado y la paciencia, para aguantar siete u ocho horas en una
oficia, sentado, sin hacer lo necesario.
Es muy raro, casi imposible, ver a un burócrata leer un libro en sus “ratos libres”, y
aunque haya abogados, doctores, ingenieros, maestros, lo que usted diga y
mande, verlo siquiera con un libro bajo el brazo, menos que lo lea mientras espera
la hora de la salida.
El ejemplo puede considerarse hasta ofensivo, pero lamentablemente es la
realidad. Esta actividad es muy contraria para un albañil, un obrero o un peón que
le anda talacheando bajo los rayos del sol. Su esfuerzo es en verdad digno de
reconocer porque llueva, truene o relampaguee, tienen que cumplir. Su trabajo es
extenuante y aprenden a sobrellevar las pesadas jornadas laborales. Para ellos no
hay descansos de tres meses, pues si no trabaja no come la familia.
Sin embargo, el escenario cambia cuando un letrado, un hombre o mujer que
acudió a la escuela, que se pasó varias semanas o meses en vela, estudiando,
realizando ecuaciones o resolviendo problemas para el futuro, tiene que liderar los
proyectos, programas o iniciativas gubernamentales o lo que es digno de
reconocerse, el levantamiento de grandes empresas que contribuyen al desarrollo
económico de una ciudad, un municipio, una entidad o hacia el interior del país.
Pero cuando son líderes empresariales, cuyo trabajo se extiende al exterior de
México, cuando triunfan, y se conoce su historia precaria o su astucia y ambición
para salir adelante de la nada, entonces se reconoce el sacrificio, el ímpetu y su
arrojo que lo llevaron a emprender el camino del éxito.
Estos comentarios son idóneos para reconocer las historias de valentía y de
sacrificio de quienes han alcanzado la gloria a base de trabajo. El recién
fallecimiento del fundador de la marca Bimbo es un ejemplo que podría tomarse
como referente.
En los hogares los padres se sienten orgullosos de que han sacado adelante a su
familia, pese a su infancia y juventud precaria. Como le hayan hecho qué importa,
lo importante es que sus hijos no sufran lo que padecieron cuando estaba en la
misma edad.
Al mismo tiempo, hay quienes nos quieren vender la idea de que son súper
poderosos, omnipotentes, casi salidos de la divina gracia, porque con su perorata
se creen los iluminados del sistema político vigente.
A los problemas que vive México, de corrupción, de “yo no fui”, la humildad se
queda corta a las sandeces que pronuncian algunos políticos que hacen y
deshacen como si su tiempo fuera eterno, como si su voz fuera lo que establece la
Sagrada Biblia.
Pero no, para empezar, aunque sean ateos, desde el momento en que se
pronuncian es que creen en lo que está atrás de, en que su opinión es la única
verdadera. Todos, en cualquier rol que le toca vivir, tienen un desgaste y sufren
tensión, pero decir que su trabajo es inhumano, sí que se volaron la barda. Ya
quisiera medio país “trabajar” al ritmo de nuestros representantes populares y
ganar 200 mil pesos mensuales. Por favor, “que descansen, se lo merecen”, por
eso el país está como está.