Ante el radical cambio de reglas global para el comercio de Donald Trump, la
presidenta Claudia Sheinbaum presentó un plan para fortalecer la economía
interna como una alternativa concreta a un mundo que será diferente al que todos
hemos conocido. A partir de un Plan México, buscará acomodarse a esta nueva
realidad, pero a su estrategia le falta una pata: ¿cómo lidiar políticamente con un
presidente atrabiliario, insaciable, demandante y violento? El plan no resuelve lo
que ya está haciendo Washington, apretando para subordinarla a Estados Unidos.
La Administración Trump quiere encerrar a Sheinbaum y al gobierno. En
la reunión con Kristi Noem en Palacio Nacional a finales de marzo, de manera
suave aunque directa, la secretaria de Seguridad Interna, le comentó que tendría
que privilegiar la relación estratégica con Estados Unidos sin vínculos comerciales
con China y Rusia, reduciendo el nivel de relaciones bilaterales con esas naciones
y alejarse de bloques como los Bric’s , originalmente un grupo de cuatro países
emergentes -Brasil, China, India y Rusia-, que nació hace 25 años.
Esta presión sutil se suma a la que está ejerciendo de manera creciente la Casa
Blanca contra la narcopolítica, tomando acciones que, aunque en los mensajes
que han enviado a Palacio Nacional resaltan que son mensajes a los cárteles de la
droga, también les han anticipado que la entrega de capos no es suficiente y
requieren, como señal que Sheinbaum habla en serio en el combate al crimen
organizado, acciones contra miembros de la clase política.
La última preocupación presidencial tiene que ver con Manuel Bartlett, que
súbitamente subió de perfil recientemente por las revelaciones de los nexos de su
pareja, la empresaria Julia Abdala, con la familia Weinberg, que tiene abierto un
juicio en Florida por presunta corrupción con el exsecretario de Seguridad Pública,
Genaro García Luna. El trasfondo de la preocupación de Sheinbaum tiene que ver
con las imputaciones contra Bartlett en el secuestro, tortura y asesinato de Enrique
Camarena Salazar, el agente de la DEA que investigaba al Cártel de Guadalajara
en 1985, y cuyo autor intelectual, Rafael Caro Quintero, fue desterrado a Estados
Unidos para ser juzgado en Brooklyn. La inquietud en Palacio no es por una
relación de Sheinbaum con él, sino por el posible involucramiento con el
expresidente Andrés Manuel López Obrador por sus vínculos con Bartlett.
Sheinbaum ha sido cuidadosa para no enfrentarse a Trump y cedido en sus
peticiones sobre el crimen organizado y migración. Pero como le dijo Noem a la
presidenta, no ha sido suficiente. Nada lo será para Trump, que trata a México
como un mal necesario por la vecindad geográfica. Rehuir a la beligerancia y darle
un spin épico a su manejo, la oxigena en la opinión pública local e internacional,
pero no resuelve el problema de fondo y en algún momento esta comunicación
política podrá tener rendimientos negativos.
La presidenta necesita una política que le abra opciones en su trato con Trump.
Existe en una experiencia probada que le fue muy útil al presidente Adolfo López
Mateos, la “independencia relativa” de Estados Unidos en política exterior, que
permitió mantener la soberanía mexicana al tiempo de diversificar sus relaciones
internacionales, no con el gran enemigo de Washington en aquel tiempo, la Unión
Soviética, sino con países que buscaban escapar de la dialéctica de la Guerra Fría
en la que estaban sumidas las dos grandes potencias de la época.
López Mateos logró espacios de maniobra política y diplomática con dos
presidentes, Dwight D. Eisenhower y John F. Kennedy, en dos momentos
cruciales de aquella época de tensión permanente, la expulsión de Cuba de la
Organización de Estados Americanos, donde México fue el único país que se
abstuvo de votar en su contra, y la Crisis de los Misiles. En un libro seminal sobre
la política exterior de López Mateos, Mario Ojeda, que fue director de El Colegio
de México, explicó en Alcances y límites de la política exterior de México (1976)
cómo México maximizó ante Washington su posición en el contexto mundial, y
mantuvo una relación donde cada país se reservaba el derecho de juzgar por sí
mismo los acontecimientos y actuar en consecuencia. López Mateos, que estaba
rodeado de un grupo de diplomáticos excepcionales, pavimentó un camino que
duraría décadas.
Dentro de la “independencia relativa” fue el primer presidente en viajar a Europa,
Asia y África para diversificar las relaciones políticas y económicas, se abrió a
América Latina y al Movimiento de Países No Alineados que encabezaban la
extinta Yugoslavia, India y Egipto, y se acercó a algunos miembros del bloque
socialista, como Polonia. A contrasentido de todo el Continente Americano, apoyó
a Cuba escudándose en la Doctrina Estrada -que detalló históricamente a Estados
Unidos-, lo que también contrarrestó las críticas de la izquierda en México. López
Mateos, que vivió meses de tensión con Kennedy, fue ganándoselo hasta llegar a
decirla que, si Estados Unidos entrara en un conflicto, México le cuidaría la
espalda.
López Mateos entendía que México no podía estar aislado del mundo, pero que
tenía que encontrar una forma para tratar con Estados Unidos sin ser sumiso. La
teoría de la “independencia relativa” tuvo combustible por décadas, y le sirvió a
Luis Echeverría para votar a favor del ingreso de China a la ONU, a José López
Portillo para firmar la Declaración franco-mexicana que dio beligerancia a la
guerrilla salvadoreña, a Miguel de la Madrid para impedir con el Grupo Contadora
la invasión a Nicaragua, y a Carlos Salinas para condenar la invasión a Panamá.
Sheinbaum tiene en la experiencia de la política exterior de López Mateos la
alternativa frente a Trump, embarcado en su propia guerra. Ha tomado pasos en
ese sentido, sin estrategia clara, para frenar la expansión china en México y
olvidar los cariños a Rusia del sexenio pasado. Noem vino a México para acotar el
espacio en el que se mueve, pero Sheinbaum tiene capital político en estos
momentos ante Trump para intentar la “independencia relativa” asistiendo a la
próxima cumbre de los Bric’s en Rio de Janeiro en junio, donde podría confirmar
su participación y medir la reacción de Washington.