La banalidad de las empresas “ecoamigables”; el greenwashing y sus usos

Editorial

Recientemente, en el senado se aprobó una iniciativa que prohíbe y sanciona a
aquellas industrias que, con publicidad engañosa, enganchan al consumidor de
que su contenido es ecológico y poco perjudicial al medio ambiente.
En este sentido, Luis Armando Melgar Bravo, quien encabeza la Comisión de
Defensa de los Consumidores en el Senado de la República, logró que dicha
iniciativa de ley se aprobara por unanimidad y reformara con ello la Ley Federal de
Protección al Consumidor, para frenar todo aquello que se conoce como
“greenwashing”.
Este concepto, de acuerdo a especialistas en inglés significa “ecoblanqueo”,
“ecolavado” o “lavado ecológico”, donde las empresas a través de sellos “bio
ecológicos, “verdes” o “amigables con el medio ambiente”, pretenden vender sus
productos, ya que últimamente los consumidores, por ética y compromiso
ambiental, los buscan, aunque en la práctica, son igual o más contaminantes.
De hecho, lo “ecoamigable” genera una derrama económica para las industrias, ya
que su presunto compromiso por el medio ambiente los libra, hasta cierto punto de
las protestas que realizan grupos ecológicos, también de sus saboteaos o mala
publicidad.
Basta ir al super o a cualquier establecimiento, para comprobar que esos
seudoproductos abundan en los estantes, y suelen ser más caros o poco
costeables que el producto en cuestión.
A este concepto, se le debe añadir las pretensiones de ecologistas y grupos de
defensa animal; por ejemplo, tenemos al ecofacismo, donde aquellos pretensiosos
del cuidado del medio ambiente destacan en sus redes sociales ciertas prácticas,
para cuidar a la naturaleza, pero en la realidad son poco costeables para el grueso
de la población, un ejemplo de ello es el hecho de alegar que no deberíamos
engendrar más hijos; claro, esta postura aparte de clasista, demuestra poco
interés a la realidad social.
También, esas iniciativas que ayudarán a la defensa de los animales, que a la
postre son más dañinas; recordemos aquella iniciativa de ley que prohibió el uso
de animales salvajes en los circos, que a simple vista estaba bien intencionada,
pero cuando se aprobó y ejecutó no contempló que hacer con esos seres.
De la misma manera, los defensores de animales domésticos mantienen una
disputa con aquellos que se dedican a resguardar áreas naturales protegidas, ya
que la fauna feral, animales domésticos que se incorporaron al mundo salvaje,
resultan una plaga para esos lugares y desequilibran a la naturaleza, siendo los
perros y los gatos quienes, al no tener un depredador, se aprovechan del entorno
para acabar con ciertas especies.
Retornando a la viabilidad de estos productos, cada determinado tiempo, aquellas
empresas que son señaladas de contaminación en sus respectivas plantas, sacan
campañas publicitarias y nuevos productos (prácticamente el mismo), pero con
otro empaque, ni siquiera se esfuerzan en cambiarle el sabor o los componentes.
De hecho, las prácticas hípsters y de los veganos tampoco son ecoamigables en
su totalidad, ya que su consumo de vegetales orgánicos con lleva a una

sobrexplotación del campo, ya no digamos que estas se cosechan bajo
explotaciones laborales, situaciones precarias o como sucede con el aguacate,
bajo despojos o muertes.
Que quede claro, los consumidores no son responsables de estas prácticas poco
éticas, sino las industrias y quienes lo promocionan.
En fin, toda actividad humana lleva en sí un riesgo ecológico, el simple hecho de
consumir ya nos hace responsables del desequilibrio ecológico.

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