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A más de una década de haber dejado la gubernatura de Chiapas, el nombre de
Juan Sabines Guerrero sigue evocando una etapa oscura y profundamente
costosa para la entidad. Gobernador de 2006 a 2012, su administración es
recordada no por avances ni transformaciones, sino por un retroceso histórico que
hipotecó el futuro de generaciones enteras.
Sabines se fue con una deuda que ronda los 40 mil millones de pesos,
comprometiendo las finanzas estatales hasta el año 2037, si es que los pagos se
realizan puntualmente. Mientras Chiapas enfrenta desafíos estructurales en
pobreza, salud e infraestructura, él ha gozado de impunidad y privilegios
diplomáticos al servicio durante tres sexenios como cónsul en Orlando, Florida,
protegido primero por Enrique Peña Nieto y luego ratificado por Andrés Manuel
López Obrador, en una cadena de favores políticos que ha blindado a uno de los
personajes más cuestionados de la historia reciente chiapaneca.
Y durante el último año, con la venia de la presidenta de México, se ha mantenido
en el poder, a pesar de que carga una serie de denuncias por fraude y quitado de
la pena, sigue dando de qué hablar en el sentido de que la impunidad es el manto
que lo cubre
Hoy vuelve a ser noticia. Desde el extranjero, Sabines anunció que dejará el
consulado para “regresar” a Chiapas y encabezar el proyecto del tren transístmico.
Más allá de la veracidad o no de esa aspiración, su mensaje tiene un trasfondo
político: presumir cercanía con el nuevo poder federal, en particular con Claudia
Sheinbaum, a través de su viejo aliado Marcelo Ebrard.
No hay inocencia en sus palabras; hay cálculo. Como en el pasado, busca
posicionarse en el escenario público y recordarles a todos que sigue teniendo
conexiones en los círculos donde se toman las decisiones.
Su descaro no sorprende, pero indigna. A lo largo de estos trece años, ha jugado
con la memoria de los chiapanecos, apareciendo esporádicamente como si nada
hubiese pasado. Mientras tanto, los daños financieros, institucionales y sociales de
su gestión siguen vigentes. La deuda pública heredada asfixia a municipios, limita
inversiones y condiciona programas sociales.
Fue un gobernador nocturno —literalmente— que tomaba decisiones después de
sus parrandas, mientras periodistas y funcionarios esperaban boletines de prensa
e instrucciones hasta altas horas de la madrugada. Esa imagen retrata fielmente el
desorden y el personalismo de su mandato.
Pero su regreso también abre una ventana para la justicia. Horacio Culebro
Borrayas, hoy presidente de la Comisión Estatal de los Derechos Humanos, fue
uno de los principales denunciantes de Sabines, en su momento. Su nueva
posición podría convertirse en un punto de inflexión: ¿habrá voluntad para
reactivar las denuncias y llevar al exgobernador a los tribunales? O, como ha
sucedido hasta ahora, ¿volverá la impunidad a cubrirlo como un manto protector?
La sociedad chiapaneca no olvida. No se trata de venganza política, sino de
justicia y rendición de cuentas. Un estado no puede aspirar a un futuro digno
mientras sus episodios más oscuros quedan impunes y sus protagonistas
regresan con cinismo, como si nada.
El posible regreso de Sabines a la escena pública regional mexicana no debería
verse como una anécdota, sino como una prueba para las instituciones locales y
para el gobierno federal: o se rompe el ciclo de complicidades, o se confirma, una
vez más, que en México la memoria de los pueblos pesa menos que los pactos de
las élites
El posible regreso de Juan Sabines a Chiapas no puede ser visto como un simple
movimiento de fichas; debe ser entendido como un ultraje a la dignidad pública. Es
hora de que las instituciones, de justicia limpien el honor de los chiapanecos, y
demuestren que la justicia no es una ficha de cambio en el tablero de la política
federal y estatal y que el saqueo histórico sí tiene consecuencias. La memoria de
Chiapas lo exige.
Además, sus obras insignias fueron un fracaso anunciado y hoy reflejan que
estamos ante lo peor que representa un hombre insensato y valemadrista.
Veremos si siguen riéndose para sus adentros, consolidando la impunidad y en
todo caso, comprobaremos que la política sigue siendo una elite de favoritismo
que nos llevará al fracaso como sociedad.