Editorial
Sin duda, el fallecimiento del expresidente de Uruguay y uno de los representantes más importantes de la izquierda latinoamericana, José Mujica, deja un gran legado, sobre todo en quienes son fervientes creyentes de dicho espectro político y sus ideales.
El también ex guerrillero, durante mucho tiempo fue uno de los estandartes de la izquierda en Latinoamérica y porque no, del mundo. Pero a diferencia de otros representantes como Hugo Chávez o Nicolás Maduro, este representó lo mejor de la ideología y dado su carisma, acompañado de su sencillez, hicieron de Pepe Mujica el símbolo de la esperanza.
La prensa internacional lo llamó “el presidente más pobre del mundo”, debido a su estilo de vida: su casa en el campo, su desapego a los lujos y su icónico vocho azul que tiene desde los años ochenta. Lo anterior, era un ejemplo de congruencia hacia su verdadera austeridad derivada de su ideología política, lo que lo hizo más trascendental, incluso después de su mandato.
El mismo Mujica era ajeno a los elogios, ya que su vida que él llamaba “normal”, no debía aplaudirse. Esta sencillez es un contraste muy alto con la clase política, sobre todo aquella que dice ser de izquierda, pero cobra con la derecha y son más fifís que los conservadores.
Respecto a sus ideales de izquierda, su gobierno (2010-2015) dio pauta a varias iniciativas, como la legalización de la mariguana, el matrimonio igualitario, la despenalización del aborto, entre otras que representaron un hito en su país y en el mundo.
Tampoco debemos olvidar su faceta como líder guerrillero, participando en la guerrilla Tupamaros, lo que le llevó a un encarcelamiento de 14 años; este tiempo, según el exmandatario uruguayo, fue de mucho aprendizaje.
Sin embargo, no fue por sus políticas o su forma de gobierno lo que le hicieron famoso, fue su discurso en Río de Janeiro en junio de 2012, lo que le dio esa fama internacional, abordando los inconvenientes de la era del consumismo, criticando fervientemente que esta sociedad de consumo nos permite la felicidad plena.
De hecho, a partir de este discurso se le conoció por criticar a la sociedad de consumo, que cada día estaba minando los recursos del planeta; por cierto, en las redes sociales sus frases apelaban a un desapego con lo material, a la felicidad mundana y digámoslo así, sus dichos que se asemejaban a libros de autoayuda.
Su activismo político no paró, después de su presidencia, las conferencias, paneles y demás eventos, siempre fue el anfitrión, que siempre abarrotaba aeropuertos, coloquio o conversatorios, demostrando su estatura moral.
En lo que respecta a su mandato, este se caracterizó por aumentar la economía en un cinco por ciento, haciendo de Uruguay un referente. Claro, eso no lo eximió de ciertas querellas de sus detractores, que durante su mandato lo acusaron de comprometer la economía a través del aumento del gasto público.
En fin, con estos tiempos inciertos, el fallecimiento de una las figuras más importantes de la izquierda en América Latina, deja una orfandad en dicho espectro y sus simpatizantes, más aún cuando emergen falsos ídolos nacidos de la extrema derecha.
Su muerte fue recordada en el Congreso de la Unión, en México, como un ejemplo de austeridad republicana que hay que seguir, pero en la misma sesión, la polémica senadora Lily Téllez puso en entredicho esta postura de los que conforman la Cuarta Transformación, al enlistar los nombres de los legisladores que se han enriquecido de manera inexplicable, con propiedades en el extranjero o con carros blindados y con guaruras que distan mucho de la práctica austera que tenía Pepe Mujica con su legendario vocho.
Esos son los contrastes del decir con el hacer y del que en México se está a años luz como para imitarle un poco al expresidente uruguayo que, hay que decirlo, es y seguirá siendo un ejemplo para aquel país sudamericano.