Por Ana Laura Romero Basurto
Tal como advirtió Platón en la Apología de Sócrates, “quien se atreve a defender la verdad y la justicia no conserva su vida tranquila entre los hombres.”
En el servicio público ocurre lo mismo: hablar con verdad, señalar errores y ejercer la autocrítica no siempre es aplaudido, pero es el único camino hacia la integridad. Servir con honestidad implica incomodar a quienes prefieren la opacidad, y aun así mantenernos firmes en la convicción de hacer lo correcto.
Platón también sostenía que decir la verdad es una tarea peligrosa. En sus diálogos, particularmente en La República, expone cómo quienes se aferran a la ignorancia suelen rechazar la luz de la razón. En la alegoría de la caverna, el filósofo nos muestra que los hombres acostumbrados a las sombras llegan a odiar a quien intenta liberarlos. Porque la verdad no siempre halaga: a veces duele, desnuda y confronta.
Esa reflexión, nacida hace más de dos mil años, sigue teniendo eco en el ejercicio del gobierno contemporáneo. Decir la verdad —y sobre todo vivirla— implica una virtud poco común: la del valor moral. No se trata únicamente de señalar errores ajenos, sino de ser capaces de mirar hacia dentro, de cuestionar nuestras propias decisiones y reconocer que la perfección no es humana, pero la integridad sí es una elección.
En el servicio público, la verdad es más que un valor ético: es una obligación constitucional y un principio moral. Quien ocupa un cargo público tiene el deber de actuar con rectitud, hablar con transparencia y conducir sus actos con honestidad. Pero esa obligación se sostiene, sobre todo, en la humildad de reconocerse falible. La autocrítica es el espejo que impide que la soberbia nuble el juicio y que el poder desvíe el propósito.
La humildad como cimiento de la virtud pública
Ser servidor público no es un privilegio, sino una encomienda del pueblo. Requiere virtud, disciplina y una conciencia constante de servicio. La humildad no significa debilidad, sino sabiduría: es la capacidad de aprender, de escuchar y de rectificar. Quien se cree infalible deja de crecer; quien se reconoce imperfecto puede transformarse y transformar a los demás.
En este sentido, la autocrítica es una manifestación de humildad. No debilita la autoridad, la fortalece. Porque sólo el que se revisa con rigor puede gobernar con justicia. El poder sin autocrítica se vuelve ciego; la autocrítica sin acción se vuelve estéril. Pero cuando ambas conviven en equilibrio, nace un liderazgo ético, humano y profundamente comprometido con la verdad.
Gobernar con conciencia y rectitud
El gobierno que encabeza el doctor Eduardo Ramírez Aguilar ha impulsado una nueva forma de entender la función pública: una que pone al ser humano en el centro y al servicio como vocación, no como privilegio. En esta visión humanista, la verdad es un principio rector, y la autocrítica, una herramienta de mejora constante.
Desde la Secretaría Anticorrupción y Buen Gobierno, trabajamos cada día para consolidar una administración que no tema evaluarse, que escuche, que aprenda, que rinda cuentas y que asuma la transparencia como cultura y no como discurso.
Las instituciones se fortalecen cuando se atreven a verse a sí mismas, cuando examinan sus procesos, cuando escuchan al ciudadano y reconocen que la confianza se gana con hechos, no con promesas.
Ser autocrítico en el gobierno es tener el coraje de reconocer que podemos equivocarnos, pero también la dignidad de corregir con firmeza. Significa no justificar lo injustificable, no encubrir errores, no soslayar lo evidente. La autocrítica es el acto más alto de responsabilidad pública, porque revela un espíritu comprometido con la mejora y con el bien común.
La verdad como guía, la humildad como fuerza
Platón decía que el sabio no busca el aplauso, sino la verdad; y que quien ama la verdad debe estar dispuesto a soportar el rechazo de quienes no soportan escucharla. En la vida pública ocurre igual: decir la verdad a veces incomoda, pero callarla corrompe.
El servidor público debe tener la entereza para mirar la realidad tal como es, no como quisiera que fuera; y la nobleza para aceptar que el error no se vence ocultándolo, sino enfrentándolo. Esa es la esencia del servicio con sentido humano: una labor donde la honestidad no se declama, se demuestra; donde la verdad no se negocia, se defiende; y donde la humildad no se finge, se practica.
“Decir la verdad puede provocar rechazo,
pero callarla es traicionar la confianza del pueblo.
La autocrítica no es debilidad:
es la mayor expresión de fortaleza moral.”
En el horizonte del Gobierno de la Nueva ERA, la verdad y la autocrítica son los pilares que sostienen una administración justa, transparente y profundamente humana. Porque sólo quien tiene la valentía de confrontarse a sí mismo puede transformar con honestidad lo que le rodea.
Que la verdad sea siempre nuestro norte, la autocrítica nuestro espejo, y la humildad, la fuerza que nos mantenga firmes en el propósito de servir con rectitud y amor por Chiapas.




