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No cabe duda de que los militantes, funcionarios y políticos de Morena no dejan nada a la imaginación. Se empeñan en exhibir ante el pueblo de México una actitud soberbia, como si éste no mereciera más que observar cómo corren los lujos en tiempos de escasez, al más puro estilo virreinal o, si se prefiere, como en los días de la Corona española y sus reyes empoderados, también envueltos en conflictos de interés y corrupción.
Sin embargo, este caso no es distinto. Los mexicanos se quedan cada día más asombrados por el cinismo con el que actúan y responden los políticos del partido Morena y sus aliados, incluidos algunos de otro instituto de color verde.
El descaro, la insolencia y la desfachatez con la que actúan algunos personajes públicos son evidentes. Y no se trata esta vez del tristemente célebre exalcalde de Tuxtla Gutiérrez, Carlos Morales Vázquez, sino de la presidenta municipal de Acapulco, Abelina López Rodríguez.
Entre los recientes escándalos que la rodean destaca la desaparición, “por arte de magia”, de más de 800 millones de pesos destinados a la reconstrucción tras los daños ocasionados hace más de un año por el huracán Otis. Ante los cuestionamientos, la funcionaria fingió demencia, y hasta ahora nadie —absolutamente nadie— ha anunciado una investigación formal sobre este presunto caso de corrupción.
Hace apenas unos días, la misma alcaldesa fue exhibida portando en su cuello, durante un evento público en Acapulco, un collar valuado en más de 220 mil pesos, de la marca Van Cleef & Arpels.
El tema no es menor. Nadie le impide portar una pieza de lujo —pues está en su derecho—, pero lo que resulta inaceptable es la incongruencia con el discurso de austeridad promovido desde el gobierno de Andrés Manuel López Obrador y retomado por la presidenta Claudia Sheinbaum.
Parece que muchos ya olvidaron la doctrina de su “mesías” y ahora actúan según su propio capricho. Más indignante aún fue la respuesta de la alcaldesa cuando se le cuestionó por la joya: “¿Yo qué culpa tengo de que haya un pueblo que me ame y me regale cosas? Me lo regalaron, ¿y les voy a decir que no lo acepto? Agradezco su amor y su cariño”. ¡Hágame usted el favor! Una burla en toda la extensión de la palabra.
No se trata, insistimos, de prohibir los lujos cuando se tienen los recursos personales, pero sí de mostrar sensibilidad y decoro cuando se gobierna una ciudad que aún padece pobreza y desigualdad, producto del desastre natural que dejó el huracán Otis.
Y el caso de Acapulco no es el único. Basta recordar la boda del hijo del gobernador de Tamaulipas, uno de los eventos más exclusivos de los últimos tiempos, donde los invitados llegaron en helicóptero. Un derroche de recursos que, lejos de pasar desapercibido, exhibe el contraste entre el discurso de “austeridad republicana” y la realidad del poder.
El enlace entre Américo Villarreal Santiago, hijo del mandatario tamaulipeco, y Cecilia Guadiana, hija del fallecido ex candidato a la gubernatura de Coahuila, Armando Guadiana, fue una muestra más de los lujos que nunca se fueron.
Porque, a decir verdad, los excesos no son cosa del pasado priista: siguen tan vigentes como siempre. Ahí está el caso de la senadora Cecilia Guadiana, exhibida usando mocasines Chanel valuados en 33 mil 550 pesos, o los costosos cuadros importados desde Tokio por uno de los hijos del ex presidente AMLO; o los caros zapatos de Sergio Gutiérrez Luna, ex presidente de la Cámara de Diputados, sin olvidar las joyas de su esposa, también diputada, conocida como “Dato protegido”.
En conclusión, los discursos de austeridad se han convertido en simples palabras huecas. Mientras el pueblo enfrenta la carestía y la inseguridad, los nuevos “representantes del cambio” se pasean con collares, helicópteros y zapatos de diseñador. El cinismo, al parecer, sigue siendo parte del uniforme. Nada ha cambiado, las cosas continúan peor, anteponiendo el sarcasmo, la ironía y el dispendio a los señalamientos.
								
								
								
				
								
								
								
								
								
								
								
											



