Hace unos días, un concierto en Texcoco terminó en batalla campal porque el cantante se negó a interpretar narcocorridos. Estaban prohibidos en la región y, aun así, los asistentes exigieron que los cantara. El incidente no fue solo un acto de violencia desbordada: fue un espejo de lo que ocurre en el país, como lo han reflejado siempre los corridos.
El corrido tradicional en México ha hablado de rebeldes, bandidos o figuras al margen de la ley: desde Heraclio Bernal hasta el Tigre de Santa Julia. Lo que ha cambiado es el contexto: la cultura del narco no solo se tolera, se aplaude, se canta y se celebra.
No es nuevo. Los narcocorridos llevan décadas narrando, con ritmo y melodía, la vida de quienes se hicieron millonarios al margen de la ley. Pero lo más preocupante es que esas historias se han transformado en narcoseries de alta producción, que normalizan y glorifican la figura del delincuente.
Las narcoseries tienen un poder de seducción visual y narrativa mucho más fuerte que los narcocorridos. Mientras un corrido puede contar la historia de un narcotraficante en tres minutos, una serie lleva al televidente por varias temporadas, mostrando lujos, poder, impunidad y un estilo de vida aspiracional.
El narcotraficante es retratado como un hombre audaz, poderoso, dueño de vidas y del respeto de las mismas autoridades. Un personaje que, a pesar de su brutalidad, se convierte en ídolo. ¿Qué mensaje reciben los jóvenes en contextos donde la desigualdad social, la marginación y la impunidad son el pan de cada día? Que delinquir puede ser una vía legítima para triunfar.
Mientras eso ocurre, los verdaderos héroes no tienen pantalla. No aparecen en series ni en canciones. Me refiero a los soldados del Ejército Mexicano, a los marinos y policías, que enfrentan al crimen con recursos limitados, bajo amenaza constante, en trincheras solitarias. Uniformados que han dado su vida por defender al país, y cuyos nombres rara vez aparecen en los periódicos y difícilmente reciben siquiera una línea en un guion.
¿Dónde están sus historias? ¿Por qué nadie las cuenta? ¿Por qué el cine nacional no ha producido aún una gran serie o miniserie sobre un pelotón o una compañía militar que se niega a corromperse? ¿Por qué no se ha hecho una película sobre el soldado o marino que resistió al narco con dignidad hasta el último día?
La ausencia de esas narrativas no es casual. En las productoras, y en muchos niveles del Estado, hay políticos y funcionarios cuyos intereses están atados al crimen organizado. Y construir una cultura de reconocimiento al heroísmo institucional incomodaría a quienes prefieren mantener el silencio, la ambigüedad y la impunidad como norma.
México sí tiene héroes. Los hay en las Fuerzas Armadas, en las policías estatales y municipales, en los pueblos que resisten, en las madres buscadoras, en los jueces que no se doblan. Lo que no tiene —o no ha querido tener— es la voluntad de un Estado dispuesto a darles voz, rostro y lugar en el imaginario colectivo.
No se trata de censurar corridos ni series. Se trata de disputar el relato, de invertir en una narrativa distinta, honesta, que no idealice, pero sí reconozca a quienes luchan con principios, incluso cuando el sistema entero les da la espalda.
Hoy más que nunca, México necesita ver reflejados a sus verdaderos héroes en la pantalla, en las canciones, en los libros y en la memoria. Porque mientras el crimen tenga el monopolio del relato, seguirá teniendo medio país en sus manos.
A partir del 1 de mayo, Francisco Garduño dejará de ser comisionado del Instituto Nacional de Migración (INM), y en su lugar entrará Sergio Salomón, exgobernador de Puebla. Sin embargo, Garduño no pisará la cárcel por la muerte de 40 migrantes durante el incendio ocurrido en marzo de 2023 en la estación migratoria de Ciudad Juárez, Chihuahua, ya que fue indultado por un Tribunal Colegiado de Apelación.
De Imaginaria. Para el Ejército Mexicano no hay Semana Santa ni días festivos. En los estados de Chihuahua, Sinaloa, Durango, Guerrero y Oaxaca, destruyó 167 plantíos de amapola y 62 de marihuana, además de desmantelar cinco narcolaboratorios. La afectación a los cárteles superó los 129 millones de pesos.