José Cancino
En Huixtla todos los días llovió ceniza durante los últimos seis meses. El municipio no ha sido víctima del estruendo de un volcán y la caída de material incandescente, aunque a simple vista parece la simulación de un sitio que ha sido cubierto y devastado por la actividad de algún coloso aledaño.
Aunque nada de esto es un fenómeno natural de rotundo peligro, cientos de vidas de niños, campesinos y mujeres que también laboran en el campo están en riesgo.
El corte de caña de azúcar y el procesamiento de este cultivo en el Ingenio de Huixtla, perfora las vías respiratorias de forma muy lenta en seres humanos y animales. Las pequeñas partículas que esa fábrica escupe al cielo y caen libremente sobre casas, vehículos y las narices de lugareños, ha pasado factura y una estela de complicaciones respiratorias agobia a los que habitan la zona baja Huixtla.
La “zafra” , como es conocido todo este proceso de cultivo y producción de la vara endulzante, es hasta presumible para los cañeros de la zona, pero nadie en absoluto atiende y evita la penetrable contaminación que se asoma en la región.
Según la Unión de Productores de Caña de Azúcar en Huixtla, pertenecientes a la CNC, son 14 mil 695 hectáreas que se trabajan cada año durante los primeros seis meses en Tapachula, Mazatán, Huehuetán, Tuzantán, Villa Comaltitlán, Acapetahua y Huixtla, este último municipio donde está la fábrica y se tiene el mayor impacto ambiental.
Siete localidades que son alcanzadas por la onda expansiva de esta lluvia gris que, a decir de los lugareños, ha generado complicaciones respiratorias y en algunos casos la muerte.
Para Kevin, el temor que su pequeño hijo enferme es la constante. “Imagínese si ese polvo afecta a los carros y a las motocicletas, imagínese a nosotros los pulmones”, relata.
El hombre de 23 años afirma que la tos y la gripa son permanentes en esta área rural, algo que se replica en cientos de personas que no tienen más opción que vivir en esas condiciones y con el desinterés de las autoridades.
“Aquí hace como dos años murió un niño, su mamá no pudo hacer nada por él, me parece que tenía asma y con todo se complicó”, remata la empleada de una tienda de abarrotes, que tienen que regar agua constantemente para evitar que esa espesa capa de polvo levante vuelo con el paso de vehículos.
En varias ocasiones se hizo el intento por contactar con personal del Ingenio azucarero y conocer de cerca estudios de impacto ambiental, así como saber si siguen alguna estrategia para resarcir este daño, pero no se obtuvo respuesta.
Tampoco las autoridades estatales y municipales tienen registro alguno de estudios de impacto ambiental o sanciones por la práctica dañina.
Mientras la indiferencia es notoria por parte de funcionarios, la lluvia de polvo carcome pulmones y bronquios todos los días en niños y adultos del sur de Chiapas.


