Eduardo Ramírez, misionero de la paz

Nadie pensaría que en menos de mes y medio el estado de Chiapas, comparado con la situación que presentan otras entidades del país, tendría un repunte de seguridad inimaginable. A la salida de la anterior administración, el pasado 7 de diciembre, asumió funciones la actual gestión que encabeza Eduardo Ramírez Aguilar, el mandatario con mayor legitimidad en las urnas en la historia de las elecciones de todos los tiempos.

Apenas 41 días en el poder y la mano del gobernador está presente para regresar a los chiapanecos la paz y la tranquilidad añorada. Las señales de una pacificación rodean el ambiente social en todo el territorio.

La esperanza de añorar una paz duradera y sustentada en una vocación de servicio institucional tiene que consolidarse conforme pasen los días. El trabajo emprendido por la Fiscalía General del Estado y la Secretaría de Seguridad del Pueblo, acuerpada por las fuerzas federales como el Ejército Mexicano, la Guardia Nacional y la Marina, tiene visos de un compromiso inquebrantable con su pueblo por parte del gobernador Ramírez Aguilar.

Y él lo ha dicho, se está en dicha encomienda hasta el final, porque en Chiapas es más la gente buena, la de buenos principios y con valores humanos, que quiere el bien, que aquella que ha desviado su misión pacificadora y de convivencia social que debe reinar en toda sociedad que se preste de ser humanista, creyente.

Eduardo Ramírez ha hecho énfasis que es un hombre que ama a Chiapas y sólo quien lleva en sus entrañas su apego, su aprecio, su afecto y cariño por su tierra que lo ha visto nacer, y quien sufre en carne propia lo que le pasa a su gente, puede atreverse a enfrentarse a las fuerzas del mal.

Lo ha dicho y por lo que se ve, no descansará hasta ver cristalizado su sueño de que los grupos criminales, los que se ocupan de controlar zonas territoriales para hacer de la apología del delito su modus vivendi, desaparezcan de esta zona dorada, sí, porque Chiapas es un estado con un pasado de invasiones, de las cuales ha podido salir a flote.

Der ahí que no tiene por qué perderse la esperanza o el optimismo de que la tranquilidad en los hogares llegará en su totalidad. El gobernador lo dijo días antes de su toma de posesión: denme seis meses para pacificar el estado. Quizás es poco tiempo, pero con lo que se lleva de gestión, ha demostrado a propios y extraños que lo suyo no es un juego, que no llegó al poder para formar parte de la historia como un gobernador más.

Eso lo ha dicho y remarcado con vehemencia: no traicionará sus principios e ideas para tener el Chiapas progresista que se ha trazado en su memoria, como meta en su periodo gubernamental. 

Para reconstruir el tejido social, para fortalecer la creencia de la población en sus instituciones, el gobernador ha hecho demasiado en tan poco tiempo, pero también hay que atribuirlo al gobierno federal, donde la presidenta Claudia Sheinbaum, dadas las circunstancias, se ha quitado ese estigma de que los abrazos o saludos a los delincuentes sería la manera de solucionar los problemas.

Atrás quedó el discurso de la demagogia, de las buenas intenciones, de que la violencia se resolverá recitando plegarias. No, al contrario, a los grupos que han desviado su camino, hay que afrontarlos en su mismo terreno, con las mismas armas, pero con el añadido de que la voluntad y la transparencia de los elementos policiacos, que al final también son padres o madres de familia que lamentan la situación que impera en el estado, no debe tener tregua ni compasión.

En la política de altura, aquella que fija su meta en apoyar al ciudadano, hay que confiar y darle a quien la encabeza, todo el respaldo que se merece para ir paso a paso en el combate de los grupos criminales. Este es el caso de Chiapas, pues si se le hace la comparación odiosa con la postura displicente y hasta de complicidad, como la del gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha, entonces iríamos directos al fracaso.

Por eso merece todo el reconocimiento la posición que ha asumido en este rol el mandatario chiapaneco, quien ha tomado “el toro por los cuernos”, sin importarle que éste repare. Los mismos elementos policiacos han entendido que con el ejemplo de arrojo y valentía de Ramírez Aguilar para ordenar el combate frontal a la delincuencia organizada, en poco tiempo se puede gozar de libertad sin cortapisas para caminar por la entidad, como estábamos acostumbrados, en paz y en sana convivencia, con la familia.

Por estas acciones, bien le queda y se ha ganado a pulso el orgullo mote o slogan que identifica a Eduardo Ramírez Aguilar en apenas 41 días de gobierno: El misionero de la paz.

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