El anunció del fallecimiento de Mario Bergoglio, mejor conocido como el Papa
Francisco I, conmocionó no sólo a la comunidad católica, sino a creyentes de otras
religiones o a los mismos ateos, ya que este personaje, con gran activismo político
y uno de los representantes de la denominada “Teología de la Liberación”, marcó
un antes y un después en la investidura del máximo jefe de la Iglesia Católica.
Curiosamente, su deceso ocurre 20 años después del fallecimiento de Karol Józef
Wojtyła o Juan Pablo II, precisamente en Semana Santa, lo que despierta en los
creyentes que este hecho fue una manifestación divina, y no como causalidad.
Ahora bien, estos dos pontífices se caracterizaron por su activismo político y
teológico, representando el carisma que la institución requería; claro, eso no los
eximió de polémicas y controversias, pero a pesar de ser figuras queridas y
respetadas, incluso por miembros de otros credos, ambos representaron posturas
políticas distintas.
Por una parte, Wojtyla era la representación del viejo dogma, eso sí más
carismático, diplomático y con cierta aura de calidez en su persona; caso contrario
a Joseph Ratzinger o Benedicto XVI, que su apariencia física, su rigor y su
vinculación al nazismo durante su juventud, poco o nada aportaban a la
investidura, incluso su parecido físico a cierto villano de Star Wars, desalentó a los
propios creyentes.
Pero, el cambio más representativo fue la designación de Mario Bergoglio a
principios de 2013; primero que nada, la renuncia de Benedicto XVI causó mucho
revuelo, siendo este uno de los pocos pontífices en renunciar al cargo; la otra
situación es que fue el primer Papa latinoamericano y que no era europeo;
además, se suma a que Mario pertenecía a la orden franciscana, siendo esto
último su primera ruptura, ya que cuando tomó funciones se deshizo de ciertos
lujos y fue más cercano a la gente.
Precisamente, a Francisco I se le catalogó como un representante de un
movimiento, que de cierta forma la propia iglesia no miró con buenos ojos: la
Teología de la Liberación, la cual tiene sus orígenes en Latinoamérica en los años
60, y su doctrina era más cercana a los pobres y sus necesidades, misma que la
institución ha abandonado.
Ahora bien, la Teología de la Liberación estuvo muy relacionada con movimientos
políticos en Centroamérica y Sudamérica, lo que significó represalias en sus
representantes, tales como el poeta y sacerdote Ernesto Cardenal.
Pero en el mandato de Francisco I en el Vaticano, la Teología de la Liberación
cobró fuerza, no sólo en su discurso sino en su actuar; durante sus viajes predicó
el evangelio basado en la necesidad de velar por los pobres, denunciando la
corrupción como un mal en el mundo y una de las causas que ha marcado las
grandes desigualdades en las naciones.
Asimismo, el difunto Papa estuvo marcado por ser, digámoslo así “progresista”, en
este sentido fue cercano y humanista con las minorías, principalmente aquellas
que el dogma dejó de lado porque según la tradición iba en contra de sus
tradiciones, como lo fueron las mujeres, la comunidad LGBTQ+ y el islam, por
mencionar algunas.
Esto no fue del agrado de cierto sector conservador y rancio dentro de la Iglesia,
que no sólo se ha mostrado critica sino intolerante: no por nada, la institución cada
día va perdiendo feligreses y creyentes, mismos que se han desilusionado, se han
horrorizado por los casos de pederastia y por el significativo avanza de sectas
cristianas protestantes y evangélicas.
El deceso de este personaje deja una orfandad significativa, derivado del declive
de esa misma institución en el mundo y según expertos, ante el surgimiento de la
extrema derecha o el “Invierno fascista” que se te está viviendo en Estados Unidos
y Europa, por lo que su activismo sería en vano ante el levantamiento de estos
movimientos radicales.
Sin duda, los creyentes en el catolicismo están de lutos y para los chiapanecos
queda el recuerdo de su visita allá en el 2016, que de acuerdo a los cronistas y
testigos, llenó de jubilo a quienes lo pudieron ver en persona.