Un casi desconocido gobernador de Arkansas, Bill Clinton ganó las elecciones de
1992 contra el presidente George Bush con una suerte de mantra que había
impuesto en su cuartel de campaña el estratega James Carville: es la economía,
estúpido. En realidad, no era sólo ese lema, se complementaba con otros dos:
somos el cambio contra más de lo mismo, y un tercero: no olvidemos el sistema
de salud. Las tres cosas habría que recordarlas en la actualidad.
Y eso se puede aplicar tanto al gobierno de Donald Trump como al de la
presidenta Sheinbaum. Ayer, nuevamente, los mercados frenaron las ocurrencias
arancelarias de Trump, ahora respecto al acero y aluminio canadiense (y
esperemos que el mexicano) así como los que había puesto el gobernador de
Ontario, Doug Ford, a la energía que esa provincia canadiense vende a Nueva
York y otras áreas de la costa este de los Estados Unidos, en represalia por los
impuestos trumpianos.
Las bolsas se derrumbaron y, una vez más, los mercados fueron los que pusieron
los límites a los gobernantes. La economía estadounidense no parece estar en
condiciones de aguantar un programa proteccionista como el que pretende
imponer Trump: no es siquiera verosímil que se pueda sostener una reducción de
impuestos como la que pretende el mandatario, compensándolo con aranceles a
las importaciones y rompiendo cadenas productivas construidas en los últimos 30
años (como las de América del Norte), esperando relocalizar empresas en los
Estados Unidos en condiciones desventajosas. El mercado bursátil que celebró el
triunfo de Trump es el mismo que ahora lo castiga: los mercados quieren, por
sobre todas las cosas, que la economía sea previsible y que las reglas del juego
se respeten. Y Trump las está cambiando, como ocurre con los aranceles, hasta
un par de veces al día.
En México, más allá de las presiones de Trump, los mercados también terminarán
imponiendo condiciones. Primero, en relación con la integración económica con
América del Norte (un acuerdo trilateral sería mucho más útil que uno bilateral con
la Unión Americana): es insostenible en este proceso de negociación, que México
siga tomando medidas que vayan en contra de la misma. No es explicable que se
haya perdido en forma abrumadora el panel de controversia sobre el maíz
genéticamente transformado, pero que en el congreso se apruebe una ley
prohibiendo su producción en México, para proteger el maíz nativo, lo que
paradójicamente nos hace mucho más dependientes del maíz importado.
No tiene sentido que teniendo importantes reservas de gas se privilegia importarlo
desde Texas (donde se extrae el gas de los mismos yacimientos que cruzan la
frontera) porque se prohíbe la práctica del fracking, utilizada en todo el mundo.
Con las nuevas tecnologías y con inversiones privadas podríamos tener
garantizado el abasto nacional de gas y aumentar la producción petrolera. ¿Cómo
se puede hablar tanto de la soberanía y la independencia cuando, por una
ceguera ideológica, estamos subordinándonos conscientemente al abasto de gas
de los Estados Unidos?
La economía nacional no está fuerte. Está débil y fue debilitada por el mal manejo
que se tuvo el sexenio pasado, pero sobre todo en el último año de gobierno de
López Obrador, con el mayor déficit y endeudamiento del país de las últimas
décadas. El crecimiento del sexenio pasado fue paupérrimo, apenas 0.8 por
ciento, contra un 2.2 en promedio anual que se había registrado durante todo el
llamado periodo neoliberal. Para este 2025, las estimaciones siguen bajando con
el paso de los meses y ahora se habla de un crecimiento de apenas 0.5 por ciento,
mientras otros analistas comienzan a percibir un estancamiento con una tasa de
crecimiento cero. Un nulo crecimiento con inflación es el peor escenario que
podemos tener. Y si Trump persiste con sus políticas proteccionistas,
contramarchas e incertidumbre, la estanflación (un estancamiento con inflación) es
algo más que una posibilidad.
En nuestro caso, sin duda la prioridad debe ser la seguridad personal y física,
tanto como la seguridad jurídica que está en entredicho con la reforma judicial.
Pero de la mano con ella está la economía. En el mitin del domingo, la presidenta
Sheinbaum habló de cuidar la economía nacional en el actual entorno y lo que
dijo, partiendo de un principio correcto, estuvo marcado por varios errores
conceptuales: la fortaleza del mercado interno no se determina por el aumento del
salario mínimo como dijo la presidenta, sino por el aumento de las inversiones y
de la competitividad de nuestras empresas; la inversión pública no es la base para
sostener la economía, es la inversión privada.
Claro que se necesitan inversiones públicas, pero más que en obras que podrían
realizarse con financiamiento y participación privada, deben estar canalizadas en
garantizar la seguridad física, personal, empresarial y jurídica. Y la inversión
privada, a pesar de anuncios muy importantes, sigue estando muy por debajo de
lo esperado. Sin inversión privada tampoco vamos a tener autosuficiencia en
alimentos y energía, además con decisiones como la de los transgénicos y el
fracking, que van en contra de ese objetivo.
Los programas sociales son muy importantes, pero incluso hoy son mayores los
recursos que llegan vía remesas (producto del trabajo personal y empresarial) que
los que distribuye el gobierno. Y sin duda hay que fortalecer la industria nacional,
pero entonces se deben abrir mercados, reducir regulaciones y normas, y aligerar
cargas fiscales, no aumentarlas como se está planeando.
Es la economía, y son los mercados los que, al final, deben imponer su ley para
evitar estupideces.