Laceración al mural de Atun Kojtom comprueba negligencia de las autoridades

Editorial

Gran indignación en redes sociales causó la destrucción parcial del mural “La
mujer tejedora”, realizada por el artista visual Atun Kojtom, hace 25 años en el
municipio de Tenejapa. Dentro de las quejas se expone la negligencia de parte de
las autoridades municipales del lugar, ya que en el recinto donde se encontraba, la
casa de cultura de dicho municipio, sufrió remodelaciones, pero en el proceso
destruyeron una parte de la obra, mostrando que muchas veces las autoridades
ignoran o desconocen el valor histórico de una obra en la comunidad.
Si bien esta situación puede presentarse como una simple negligencia o un
descuido, lo cierto es que pone en evidencia el desinterés de los burócratas o de
la misma sociedad acerca de preservar el patrimonio cultural.
Desde luego los internautas enardecidos, exigieron a las autoridades de diferentes
niveles tomar cartas sobre el asunto, pero este acontecimiento refleja la fragilidad
entorno a la preservación del patrimonio cultural, que, por ignorancia, odio,
desplazamiento o por llegar a la “modernidad”, sufren laceraciones importantes.
Por ello, cuando un monumento, pintura o edificio emblemático sufre daños
significativos, se plantea la idea de preservarlo. Si bien existen legislaciones o
instancias que los preservan, a veces por circunstancias adversas sufren daños.
La historia nos ha presentado casos en que ciertas obras fueron destruidas, por
los factores ya mencionados: allá en los años 30, cuando el muralismo mexicano
estaba en su cenit mundial, Diego Rivera fue contratado por Nelson Rockefeller
para realizar un mural en el Rockefeller Center, un edifico de lujo para la época;
por ello realizó bosquejos de lo que sería una obra inacabada: “El hombre en el
cruce de caminos” (“Man at the Crossroads” en inglés).
La polémica comenzó cuando los periódicos neoyorquinos de ese momento
publicaron notas relacionadas a los tintes políticos del artista, ya que en ese mural
estaban representadas las dos ideologías más importantes de esos años: el
capitalismo y el socialismo, este último concepto no fue del agrado del heredero
de los Rockefeller, sumado a que después de aquellas notas de prensa, Rivera
colocara los retratos de Karl Marx, Lenin y Leon Trovsky. Al final el mural no se
terminó y en febrero de 1934, Rockefeller mando a destruir ese mural con la
excusa de que se trataba de una remodelación.
En Guadalajara, en el 2018, un mural de José Clemente Orozco, fue dañado,
aunque éste fue a causa de un incendio. En Los Ángeles, en 2017, un mural de
David Alfaro Siqueiros en el Olvera Street, fue restaurado después de haber sido
afectado por el tiempo y el vandalismo.
Un caso concreto sobre esto también se dio en la capital de Chiapas, cuando el
emblemático Hotel Bonampak iba a ser demolido, los ciudadanos mostraron cierta
preocupación, ya que ese recinto resguardó por más de cinco décadas
representaciones casi idénticas de los murales de Bonampak, que fueron
realizadas por los grandes artistas chiapanecos: Ramiro Jiménez Pozo y César
Corzo. Si bien la ciudadanía se movilizó, poco efecto surtió.

Lo sucedido con el artista maya, nos recuerda la fragilidad a la que están atenidas
las obras artísticas que son resguardadas por las instancias culturales: de hecho,
gestores, artistas e intelectuales, han señalado la precarización en que están
varios recintos, edificios o casas de cultura, que urgentemente necesitan
remodelación, no sólo por una cuestión de transparencia en los recursos, sino por
la dignificación y respeto al trabajo de los artistas.
La chiapanequidad no se debe quedar en un concepto, debe tener una
repercusión en la vida pública de la nueva ERA. Por ello, salvaguardar las obras
artísticas debe embonar en ese concepto, o cuando se hagan remodelaciones a
estos recintos, deben tener en cuenta que ciertas infraestructuras deben tratarse
con ciertos cuidados, para que no ocurran estos atropellos hacia los creadores
chiapanecos.

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