Juan Pablo Zárate Izquierdo
El Jardín Botánico que tenemos en Tuxtla Gutiérrez, es la visión de un exiliado que amó a Chiapas. Hace 76 años, un 20 de noviembre de 1949, nacía en la capital de Chiapas uno de los tesoros más valiosos de esta entidad: el Jardín Botánico Faustino Miranda. Un espacio verde, que ha visto pasar generaciones sin perder su esencia, se erige como un recordatorio permanente de que nuestra capital posee un patrimonio natural que además de exigir protección, merece ser celebrado con la misma pasión con la que defendemos tantas convicciones.
En una época donde el desarrollo avanza sin descanso sobre nuestras ciudades, este jardín representa un refugio de vida, un santuario donde la naturaleza chiapaneca respira y se preserva para las generaciones futuras.
El jardín lleva el nombre del ilustre botánico español Faustino Miranda González, quien llegó a México como exiliado de la Guerra Civil Española y dedicó su vida al estudio de la flora chiapaneca. Miranda no solo fue un científico brillante, sino un apasionado defensor de la biodiversidad mexicana que encontró en Chiapas un segundo hogar.
Su legado científico es invaluable: sus investigaciones sobre la vegetación de Chiapas siguen siendo referencia obligada para botánicos de todo el mundo. Desde su fundación, este recinto ha sido semillero de conocimientos, custodio de miles de especies vegetales y un laboratorio viviente donde se conservan y estudian ejemplares que dan vida a nuestro entorno.
Con más de 800 especies distribuidas en sus hectáreas, el Jardín Botánico se equipará en importancia con espacios emblemáticos como el Real Jardín Botánico de Madrid, fundado en 1755; el Jardín Botánico de Singapur, reconocido como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO; el Missouri Botanical Garden de Estados Unidos, uno de los centros de investigación botánica más antiguos del continente americano; o el Instituto de Botánica de Río de Janeiro, cuna de estudios sobre la flora tropical.
Todos ellos comparten una misión común: la conservación de la biodiversidad, la investigación científica y la educación ambiental. Nuestro jardín, aunque quizá menos conocido internacionalmente, cumple estas funciones con la misma dedicación y rigor científico.
A lo largo de su historia, el Faustino Miranda ha sido reconocido por instituciones nacionales e internacionales por su trabajo en la preservación de especies endémicas de Chiapas, muchas de ellas en peligro de extinción. Ha sido sede de congresos científicos, punto de encuentro para investigadores de México, Centroamérica y el mundo, y centro de capacitación para nuevas generaciones de biólogos y conservacionistas.
En 1981 fue declarado Área Natural Protegida, reconocimiento que destaca su importancia sostenible. Ha recibido visitantes ilustres, desde científicos galardonados hasta funcionarios internacionales interesados en conocer las estrategias de conservación implementadas en Chiapas. Pero sobre todo, ha sido un espacio donde miles de familias chiapanecas han encontrado refugio y convivencia con la naturaleza.
Sin embargo, en medio de tanta polarización social que atraviesa México, eventos como este 76 aniversario pasan desapercibidos, casi inadvertidos en medio del ruido político.
La sociedad se encuentra tan inmersa en desavenencias partidistas, tan desgastados por debates que dividen, tan absortos en la confrontación diaria entre posturas irreconciliables, que se deja de lado celebraciones de genuina trascendencia.
Se olvida que existen logros colectivos que deberían unir por encima de cualquier diferencia ideológica. Se pierde de vista que hay instituciones, espacios y personas que trabajan silenciosamente por el bien común mientras nosotros muchos se enfrascan en discusiones que solo profundizan diferencias.
El Jardín Botánico Faustino Miranda es un espacio que nos pertenece a todos, un pulmón orgánico que respira por nuestra ciudad, un aula sin muros que educa a niños y adultos sobre la riqueza natural de nuestra tierra. Es un lugar donde un niño puede maravillarse ante una orquídea endémica, donde un estudiante puede hacer su primer descubrimiento científico, donde una familia puede caminar entre árboles centenarios y reconectar con lo esencial.
¿Cuántos eventos como este dejamos pasar sin reconocimiento? ¿Cuántos aniversarios de instituciones valiosas, cuántos logros científicos, cuántas historias de dedicación y servicio quedan sepultadas bajo el desbordamiento de noticias políticas y escándalos mediáticos? El desgaste social logra que se ciegue ante lo verdaderamente importante, ante aquello que construye y permanece más allá de ciclos políticos o electorales.
Lejos de todo lo que ocurre en el ámbito político o las diferencias que fracturan como sociedad, celebrar este aniversario debería ser un acto de reconocimiento a la importancia de conservar estos espacios naturales.
Son lugares que facilitan la convivencia científica y familiar, que nos permiten reconectar con lo esencial, que nos recuerdan nuestra responsabilidad con nuestra biodiversidad y con las generaciones futuras.
Más aún, es valorar el esfuerzo de quienes durante décadas han mantenido viva esta joya de Chiapas: investigadores que han dedicado su vida al estudio de nuestra flora, jardineros que con paciencia y conocimiento cuidan cada planta, educadores ambientales que despiertan conciencias, voluntarios que entregan su tiempo en mantenerlo vivo.
En la construcción de ciudadanía y en tiempos de tanta división, el Jardín Botánico nos recuerda que sí hay causas que nos trascienden, que merecen nuestro cuidado y nuestra celebración. Setenta y seis años después, sigue siendo un testimonio vivo de que la naturaleza, la ciencia y las familias que las visitan pueden seguir prosperando para nuestras futuras generaciones.
zarateizquierdo@gmail.com




