El respeto se ha perdido. Se han rebasado los límites del debate. Ya no hay tantita consideración hacia la vida personal. En el Congreso de la Unión, tanto hombres como mujeres, literal, se dan hasta con la cubeta, y los improperios salen a relucir incluso de los más conservadores.
Mentar madre se ha normalizado desde el sexenio pasado, pero meterse con la vida privada de los legisladores, sin importar el partido, se ha convertido en la principal forma de denostar y de sacar las frustraciones personales y colectivas. Como partido político, ni se diga: cada fracción aprovecha el momento para exhibir, acusar y humillar.
Desde la tribuna o desde los escaños de diputados y senadores, a propósito de la aprobación del Presupuesto de Egresos 2026 o del asesinato del exalcalde de Uruapan, Michoacán, Carlos Manzo Rodríguez, se “saca raya” contra el sistema político que hoy gobierna. Llámese Morena, Cuarta Transformación o incluso la propia presidenta de México, Claudia Sheinbaum, los insultos hacia su investidura han carecido del más mínimo respeto. Aunque, dicho sea de paso, la oposición también lleva lo suyo.
Denigrar, vilipendiar, calumniar, difamar, maldecir, estigmatizar, manchar, injuriar, ofender, menoscabar —o el término que usted prefiera—, son ahora las prácticas comunes que rigen en las Cámaras Alta y Baja.
Los pleitos entre partidos no son nuevos. Sus protagonistas se enfrentan por “honor”. Solo falta que saquen las armas y el recinto legislativo se manche de sangre, porque lo que sale de la boca de los legisladores no son precisamente ideas claras ni argumentos que se discutan con civilidad.
La impotencia ha escalado a lo impensable. Aunque habría que decirlo: muchas veces, a la minoría que representa al pueblo de México en el Congreso no le queda otra que responder a los agravios que inician los morenistas, los del PT o los del Verde.
Durante la sesión donde se aprobó el paquete fiscal, el tema que encendió los ánimos lo inició la diputada del PT Lilia Aguilar Gil, quien declaró que “hay una quiniela para ver quién dice la mayor estupidez. Y va ganando el PAN, pero no hay que perder la fe en que el PRI puede remontar”.
El panista Roberto Sosa respondió comparando la relación entre el PT y Morena: “Ser estúpidos es seguir siendo el perro de la tía Cleta: cuando hay fiesta lo amarran y cuando hay bronca lo sueltan. Así es el PT”. No muy distinto a cuando el priista Rubén Moreira llamó “malandrín” al expresidente Andrés Manuel López Obrador.
El intercambio de agresiones subió de tono cuando se desplegó una enorme manta con la imagen de Luisa María Alcalde, dirigente nacional de Morena, acompañada de su hija en la playa, junto al diputado Arturo Ávila. La imagen fue el pretexto para más ataques, tras las presuntas amenazas del legislador morenista contra la oposición y algunos periodistas.
“Mientras esta pareja de cínicos y corruptos pasea en la playa, asesinan a los mexicanos”, rezaba la lona. Una acusación incoherente, pues ninguno de los dos tiene cargos relacionados con la seguridad del país.
Lo cierto es que la desfachatez de algunos legisladores le da argumentos a la oposición para mentar madre como única salida ante su frustrante incapacidad de ganar en las votaciones de sus propuestas o reservas al paquete fiscal. Y si de ello se trata, habría que recordar que presentaron más de mil 700 reservas, y ninguna fue aprobada, porque así lo dictaminaron Morena y sus partidos satélites.
El espectáculo continuará. El estancamiento del país, también. Y mientras tanto, como consuelo, seguirá habiendo pan y circo en la sede cameral.




