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Reconocer el trabajo de alguien implica mucho más que una ceremonia protocolaria: detrás de cada historia de éxito hay un legado de esfuerzo, sufrimiento, carencias y, sobre todo, perseverancia. Creer en uno mismo, incluso cuando las circunstancias parecen adversas, es el primer paso para transformar realidades.
Ese es el ejemplo que ha dado al mundo, a México y a Chiapas, Juana Gómez Ramírez, la mujer “transformadora” que ha sido homenajeada por el Congreso del Estado y cuyo nombre lleva hoy un premio que busca visibilizar a otras mujeres que, como ella, han hecho de su talento una herramienta de resistencia cultural.
Originaria de Amatenango del Valle, Juana es conocida como “la hacedora de jaguares”. Su historia desafía las expectativas tradicionales: en lugar de dedicarse únicamente a elaborar las piezas de alfarería típicas —ollas y macetas con formas de paloma— como le sugería su madre, Juana decidió seguir su intuición artística y recrear en barro al jaguar, símbolo profundo de la cosmovisión maya. Su decisión no fue menor; implicó romper esquemas, asumir riesgos y abrir caminos para que el arte indígena trascendiera fronteras.
Este miércoles, en la sede del Congreso del Estado, se entregó el Premio Estatal “Mujer Transformadora 2025 Juana Gómez Ramírez”, que reconoció a mujeres destacadas en distintas categorías: Rosario del Carmen Gutiérrez Estrada, Mujer Transformadora; María Concepción Bautista Vázquez, Mujer Humanista; Lusbei Méndez Santis, Mujer Rural en el Arte y Cultura; Suri Saraí Guzmán López, Mujer Rural Guardiana del Sabor; y Cecilia Hernández Girón, Mujer Rural Sembradora del Futuro.
Resulta significativo que este galardón se instituya en la llamada “Nueva ERA”, periodo de gobierno encabezado por Eduardo Ramírez Aguilar —conocido también como “El Jaguar”— y que el Congreso chiapaneco haya decidido bautizar el reconocimiento con el nombre de una artesana tzeltal, no es casualidad, pero si lo fuera, tampoco habría nada que reprochar: rendir homenaje a una mujer que ha hecho del jaguar una expresión artística única es, en sí mismo, un acto de justicia cultural. Su obra en barro resume parte de la cosmovisión indígena maya y deja un legado tangible a futuras generaciones, no sólo como sustento familiar, sino como patrimonio vivo de su comunidad.
Durante la ceremonia, encabezada por Patricia del Carmen Conde Ruiz, secretaria general de Gobierno y Mediación, y Alejandra Gómez Mendoza, presidenta de la Mesa Directiva del Congreso, se puso de manifiesto algo esencial: el valor de las mujeres artesanas chiapanecas, tantas veces invisibilizadas. Como dijo la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, “es tiempo de mujeres”, y ese tiempo debe ser entendido no como un eslogan, sino como una realidad que exige reconocimiento y participación activa.
La diputada Rosalinda López Sánchez, presidenta de la Comisión de Igualdad de Género, lo expresó con claridad al afirmar que este encuentro las une “para reconocer la fuerza, la dignidad y la sabiduría de las mujeres rurales de nuestro Chiapas, mujeres que día con día sostienen la vida y transforman nuestro estado desde sus comunidades”.
Esta reflexión es profundamente vigente: es momento de desterrar el clasismo que aún permea en la sociedad mexicana y que separa a las mujeres indígenas de las urbanas o universitarias, como si la sabiduría y la capacidad tuvieran un solo rostro.
Las mujeres rurales, artesanas e indígenas son tan sabias, productivas y valiosas como cualquier otra. Enaltecer su trabajo en los círculos sociales es una obligación ética, y la igualdad debe ser una constante para consolidar el desarrollo de los pueblos originarios y fomentar el respeto mutuo. El premio “Mujer Transformadora” es un buen inicio, pero no debe quedarse en un acto aislado; debe convertirse en un recordatorio permanente de que el talento y la cultura no tienen fronteras ni jerarquías.
La historia de Juana Gómez Ramírez trasciende no sólo por su arte, sino porque sus obras han viajado a Estados Unidos, Inglaterra, Bélgica, España y Australia, llevando consigo un pedazo de Chiapas. Ser embajadora cultural de su estado es, sin duda, uno de los más grandes reconocimientos que alguien puede recibir, más allá de los galardones oficiales.
En tiempos donde la igualdad y la diversidad cultural son pilares de una sociedad moderna, celebrar a las mujeres que transforman desde sus comunidades no es un gesto simbólico: es un acto de justicia histórica.




