EDITORIAL
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La conmemoración de la Independencia de México es, por esencia, un momento
de unión, orgullo patrio y respeto a la voz del pueblo. La familiaridad con que los
chiapanecos gozan de su independencia, en muchas ocasiones, al momento de la
celebración, es increíble, única, pero al mismo tiempo, sui géneris. Sin embargo,
también suele pasar que nos encontramos en el camino con individuos que no
entienden cuál es su función a la hora de representar a su pueblo, si se rentan
como funcionarios públicos.
En Tonalá, por ejemplo, ocurrió algo singular: la actitud del alcalde Manuel Narcía
Coutiño se convirtió en el reflejo más claro de lo que un representante del pueblo,
lo que un servidor público no debe ser.
Lejos de responder con argumentos o con serenidad a la legítima exigencia de un
ciudadano que cuestionó la designación de Jaime Moreno como “Hijo Pródigo de
Tonalá”, el edil reaccionó con prepotencia y autoritarismo, ordenando sacar de la
explanada al habitante que solo ejercía su derecho a preguntar.
El hecho no quedó en la anécdota: otro asistente documentó con una grabación el
atropello, dejando en evidencia una forma de gobernar que se aparta del diálogo y
la apertura.
Un alcalde no es dueño del municipio; es un representante temporal que debe
gobernar con probidad, respeto y humildad. Los cargos públicos son efímeros, y el
poder se desgasta cuando se ejerce desde la imposición y el desprecio hacia la
ciudadanía. Si Manuel Narcía busca respeto, primero debe aprender a darlo.
Este episodio no es aislado. El edil arrastra en su historial diversas
confrontaciones con la población, lo que confirma una línea de conducta peligrosa
para la vida pública de Tonalá. Quien así reacciona frente a un cuestionamiento
menor, ¿cómo estará administrando los recursos y decisiones de mayor
trascendencia para su pueblo?
El alcalde tiene que corregir el rumbo. No se trata de censurar a la ciudadanía,
sino de escucharla; no de imponerse, sino de construir consensos. Tonalá no
merece un gobierno autoritario ni un mandatario que confunda el poder con
privilegio. México celebra su independencia, no la sumisión de sus ciudadanos.
El alcalde tiene que entender que el ejercicio del poder público trae consigo una
enorme responsabilidad, una que va más allá de la gestión administrativa: la de
servir y no servirse de la gente. Los datos que han salido a la luz en torno al
alcalde de Tonalá pintan un retrato preocupante de prepotencia y autoritarismo,
una actitud que no solo es inaceptable, sino que erosiona la confianza en las
instituciones.
La forma en que un servidor público reacciona ante el escrutinio de los ciudadanos
es un claro indicador de su talante. En lugar de ofrecer un diálogo abierto y
transparente, el alcalde Narcía Coutiño optó por la intimidación. Un presidente
municipal que se irrita y censura la voz de un habitante solo porque cuestiona sus
decisiones, demuestra una profunda falta de probidad.
De todos es conocido la forma en que este sujeto se conduce. Se cree la maravilla
del mundo, cuando en realidad su historial lo define como una persona peligrosa,
violento y con reacciones nada agradables. Sin ir muy lejos, ordenar sacar del
escenario a una persona lo delata tal y como es.
Es lugar de demostrar que se está a la altura de las circunstancias, de la confianza
que el pueblo depositó en él, lo defrauda y ni pensar que se disculpe por esta
canallada, para lo que algunos dirán que no es para tanto, pero se imaginan que le
hubiese dicho el parroquiano otra cosa en lugar de consultarle el motivo de su
propuesta. No queremos ni imaginarlo.
El respeto no se exige por decreto, se gana a través de la humildad, la escucha
activa y la transparencia. La actitud de Narcía Coutiño es todo lo contrario a la de
un gobernante sensato. Es hora de que el alcalde de Tonalá corrija su rumbo y
recuerde que su puesto es un servicio, no un privilegio. Claro, veremos si así lo
entiende.