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La mañana del 11 de septiembre de 2001 fue impactante: como si se tratara de
una mimesis, en especial de una película de acción de finales de los ochenta y
gran parte de los noventa, un icónico edificio en Nueva York era atacado, el
impacto de un avión a las Torres Gemelas ya no era ficción, era una imagen real y
palpable: todos los noticieros repitieron hasta el cansancio ese momento.
Ese acontecimiento quedó marcado para lo posteridad y apenas comenzaba el
siglo XXI; desde luego, basándonos en el egocentrismo y victimización de los
estadounidenses, quienes se sienten el ombligo del mundo y en sus “blockbuster”
los extraterrestres invasores convenientemente (forzosamente) llegan a sus
grandes urbes, las películas que se basaron en el 11 de septiembre, fueron
dramáticas y con una premisa cursi (absurda por momentos), conmovieron a los
espectadores con lágrimas de que dicha desdicha no debía suceder.
Lo curioso es que por esas fechas se estrenó la película de “Pearl Harbor”, que,
de manera simétrica, la nación norteamericana era vulnerada y sus patriotas
debían marchar a la guerra por las víctimas de esa tragedia: de hecho, el atentado
del 11/09 dio pauta a que el gobierno de George W. Bush invadiera Irak.
Eso sí, en la narrativa de ese país, la fecha es un recordatorio sobre los estragos
del terrorismo y de manera unánime, sin cuestionamientos, esa sociedad volvió al
macartismo, esta vez con teléfonos intervenidos y con la consigna de evitar ciertas
frases o palabras que dieran indicios de terrorismo.
Lo curioso e hipócrita es que esa fecha, pero en 1973 también marcó una
tragedia: el Golpe de Estado en Chile, perpetrado por Augusto Pinochet en contra
el gobierno de Salvador Allende. De acuerdo a los historiadores, este golpe se
fraguó desde Estados Unidos, con la idea de que los gobiernos socialistas o de
tintes de izquierda no ganaran terreno en el continente americano; es más, este
crimen intervencionista no sería posible sin la ayuda de las empresas
transnacionales, mismas que sirvieron de espías en ese país, además de
proporcionarles armas y financiamiento a los golpistas.
Esta situación mencionada está plasmada en la crónica “Las joyas del golpe” de
Pedro Lemebel, quien retrata la complicidad de la aristocracia para financiar tal
crimen.
Es curioso que el 11/09 tenga dos perspectivas: en primer lugar, los
estadounidenses recibieron una cucharada de su propia medicina, aunque los
creyentes en la conspiración afirmen que los propios norteamericanos fraguaron
eso para tener un pretexto para invadir Irak; por otro lado, la fecha que si
corresponde a un crimen, producto del obsesivo intervencionismo hacia el Tercer
Mundo, sea omitido y como dirían se hacen “los locos” cuando se les recuerda su
fechoría en Chile.
Por ello, enfatizar sobre la importancia de esta fecha es no olvidar a las
verdaderas víctimas: los desaparecidos por la dictadura, los torturados, los
huérfanos y quienes a pesar de sobrevivir vivieron en carne propia la vileza de la
usurpación de Augusto Pinochet.

Entonces, cuando las redes sociales y el internet te recuerden esa fecha como un
día de luto, recuerda lo sucedido en Chile y que no vengan a implantar un hecho
que desencadenó una guerra contra personas inocentes ¿Acaso las víctimas de
Nagasaki e Hiroshima han clamado luto? Lo hicieron, pero fueron minimizados, al
igual que las víctimas de las dictaduras en Centroamérica en los ochenta;
asimismo, los huérfanos y desamparados en Medio Oriente.
